miércoles, 27 de noviembre de 2019

Para Jesse Pinkman del Sr White

Estimado Jesse.
Cuando leas esta carta estaré muerto. Estaba condenado desde el principio pero... tenía una familia y me metí en líos, para decirlo suavemente. El azar quiso que nos reencontráramos. No esperaba gran cosa de ti en el instituto, aunque al principio te vi potencial y así se lo dije a tu madre. Luego te convertiste en un vago adicto a la marihuana. Fue una sorpresa que te graduaras. Tenías buen corazón y una cierta inocencia y a pesar de todo lo que hemos pasado, no me explico cómo pero sigues siendo así. Una vez me dijiste fumado que este lugar, Albuquerque, se había gafado el día que perdió la otra erre. Entonces me pareció una frase absurda, pero ahora le veo sentido. Albuquerque perdió una erre, yo mismo perdí una erre, casi todo el mundo con el tiempo pierde una erre, menos tú. Te envidio ese fondo noble que resulta que yo no he podido, o no he sabido, conservar. Aún eres joven Jesse, vete de aquí, vuelve a estudiar, por qué no química, se te da bien. Olvidándote de la meta, claro. Pero no te escribo para sermonearte, sino para decirte que lo siento. No tuve paciencia contigo. En especial siento lo de Jane. No tengo toda la culpa, estabais más muertos que vivos, recuerda. Aún así actué mal y no solo esa vez. No estoy orgulloso de todo lo que he hecho. Por la familia... ¿de verdad eso me justifica? Ahora ya es tarde, la naturaleza o los hombres acabarán pronto conmigo. Le dejo al señor Goodman esta carta e instrucciones para que dispongas de algo de dinero. No mucho, pero suficiente para empezar en otro sitio. El sueño americano Jesse. Te imagino conduciendo hacia nuevos horizontes, por carreteras polvorientas, escuchando y tarareando esa canción que te gustaba, “sharing the night together, woh oh, yea eah”, vaya redundancia, compartiendo la noche juntos, pero bueno, es bonita. Encontrarás una chica, o ella te encontrará a ti, en California, o en Alaska, o en Nueva Zelanda. Cuídate Jesse, te aprecio.
Firmado: El señor White.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Mi sentido favorito

Mi sentido favorito es el de la vista. Aunque la tengo mala, o por eso mismo. Llevo gafas desde los cinco años. Mi abuelo advirtió, "mira mal", en el sentido oftalmológico, no moral. Ojo vago, dijo el oculista, mismo sentido, no como conducta, que puede que también. Tengo muchas dioptrías y no veo del todo en tres dimensiones. En dos y media, tal vez. Por eso no he podido jugar en el Athletic. Entre otras muchas causas, claro. Con mi precaria y vieja vista me arreglo para protagonizar, qué remedio, mi show de Truman, y en especial para leer. Que me dure hasta que mis otros órganos digan "ya vale". A través de mis gafas veo una película hiperrealista. Me las levanto un momento y se vuelve impresionista. Esta obra en marcha, título provisional “una vida”, está filmada con cámara subjetiva, según el movimiento Dogma. No hay crímenes y se respeta escrupulosamente la unidad de tiempo, lugar y acción. Una alusión al sentido del oído: El único punto en el que, lo siento, me salgo del decálogo es en la banda sonora. Aquí sí hay música pre-grabada, casi todo canciones con guitarras eléctricas. Volviendo a la imagen, a mis ojos, benditos sean. Cada vez me parece el mundo más hermoso. No me hace falta mucho. Hace poco en un parque. Sobre la hierba hay un montón de pequeños frutos rojos. Pienso que serán bayas de algún tipo, pero cojo uno ¡y es una manzana! Una manzanita, una manzana cherry, podría ser. Me parece un milagro. Le doy un mordisco (sentido del gusto, qué sabia es la naturaleza) y está rica, ácida, pura esencia de manzana. No trago, por si acaso. O al cruzar la ría. Va en segunda persona: Cruzas la pasarela y al llegar al punto más elevado te detienes, contemplas el panorama, los reflejos en el agua, miras hacia arriba al cielo azul, o gris de nubes o al cielo de los Simpsons, y ya, para no dejar cabos sueltos, miras de reojo hacia atrás y, dioses y demonios, es bonito lo que ves. Solo por eso, solo por esos cielos, esta película merecería el Óscar al mejor diseño de producción.

martes, 19 de noviembre de 2019

Limpio y claro

No leo poesía, lo confieso. Tal vez porque me abruma, en general. Porque no la entiendo. O por ser demasiado intensa, o profunda, o enigmática, o ripiosa, alguna vez por ser demasiado simple. No la escribo porque no me sale. La poesía es otra asignatura que me quedó para septiembre. Pero a veces el periódico del día te saca una pequeña poesía en un recuadro, y la lees y dices, sí, esto es. Y la vuelves a leer y te gusta más. Dice el crítico que es un poeta rasante; que no se eleva a las alturas de la gran poesía, interpreto. Mejor que mejor, allá arriba el aire debe estar enrarecido. Respiro mejor aquí abajo, al lado de esta poesía que me susurra, limpia y clara. Esta poesía que me ha recordado otros pequeños poemas limpios y claros. Marina, si has escrito cincuenta, ya tienes un libro. Al poeta al que me estaba refiriendo le han dado un premio, y dice el crítico que ha podido haber motivos políticos para dárselo. No sé, no me importa. El poeta tiene 81 años y en otro verso dice: “ser viejo es una especie de posguerra”, hacia allá vamos. El poeta es Joan Margarit y en el recuadro del periódico está este poema al que solo le falta la lluvia. Aunque, pensándolo mejor, puede que sea esa lluvia, que sobra, la que me separa a mí de la poesía.

Joan Margarit. No tires las cartas de amor

No tires las cartas de amor.
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Recuerdos de La Plata


Fue en La Plata. Llevaba unos días en la Argentina y ya se me estaba pegando el acento. “No tenés personalidad, vos”, pensaba para mí. Me abordó una mina, una chica, y me contó algo de un experimento o una encuesta, iba a ser divertido, seguro. Si es un barbudo, no voy. Entramos por una puerta medio escondida, una salida de emergencia en realidad. Un pasillo en penumbra nos llevó hasta un espacio lleno de trastos. Entre cortinajes se veía otra sala muy iluminada. “Es acá”, me dice, “pasá, ponete en el centro y dejate llevar”. Entro despreocupado y, la concha de su madre, estaba en un escenario en plena representación.

Irrumpes con cierto ímpetu que se va ralentizando hasta detenerte. Pareces un conejo deslumbrado en medio de la carretera. Atisbas el público haciendo visera con la mano y se levanta un murmullo de risas contenidas. Hay un amago de huida, pero te rehaces y avanzas hasta colocarte al fondo, junto al árbol del decorado, un tanto a media luz, como en el tango. Los dos personajes en escena, dos vagabundos, reanudan el diálogo. Gogo y Didi, se nombran entre ellos. Tú eres un espectador más, atento a los imprevistos. Al rato, uno de los actores, Didi o Gogo, quien se acuerda, dice: “Igual no viene”, el otro replica, “¿no será él”, y dirigiéndose a ti: “Os lo pregunto con la o, ¿no sos vos Godot?”. Te relajas, casi sonríes, tras un titubeo das un paso adelante y en alto, consciente de que hay que colocar la voz o algo, dices: “No, no soy Godot, y además, no creo que venga”.


Anoche, en el teatro Ópera, feliz revisión de un clásico en versión argentina de Emilio Renzi. Texto complejo, hermético, surrealista. Como ya dijo un crítico en el estreno: “significa tantas cosas, que corre el riesgo de no significar nada”. Décadas después sigue siendo innovador, sugerente, existencial. En la adaptación hay un momento brillante, una especie de sinapsis entre la escena y la calle. Es al final del primer acto cuando aparece el personaje sorpresa, que ciertamente no está en la obra original. Aún no sabemos si fue un actor o “alguien que pasaba por allá”. Su frase resume la función, “no creo que venga”, cierto, el tal Godot se hizo perdiz.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Adagio, máxima, apotegma

Tenía en casa una libreta de propaganda, híbrida de bloc de notas y moleskine, con su boli incorporado y su goma elástica, y hace cosa de un año decidí darle uso apuntando frases que se me ocurrieran. Como actividad complementaria también he ido copiando algunas citas, estas empezando por la última página, para no mezclarlas. De las primeras hasta ahora he escrito dieciocho. Para una mina de carbón, una ruina; para una de diamantes, ni tan mal. Pero bueno, no son diamantes. No son, todas, apotegmas. Dice el diccionario, apotegma: dicho breve, sentencioso y feliz. Si un apotegma es feliz, una máxima puede ser solemne y un adagio musical. Las repaso y el tono general es pesimista, descreído, no me gusto demasiado en ellas. La más reciente es de la semana pasada: “Valgo lo que mi última lectura”. No muy original, pero eufónica; la nombro adagio. "Valgo", comienzo en alto y posible título para un libro de autoayuda; luego sigue, “lo que mi”, tres monosílabos que son casi un puente melódico, ...lo que mi.. ..do re mi... Y el final, “última lectura”, si tienes dudas pon una esdrújula, es el redoble que subraya el sustantivo, la palabra clave, lectura, que tan cerca está de lección. Pensando en el grado de originalidad, adapto el “oir, ver y callar” y me apunto este lema “oir, ver, leer, callar y escribir”. Hay autores, pero sobre todo hay co-autores. Una, que recuperé de la entrada del 18 de enero de 2016 y que propongo como máxima: “El resultado natural de cualquier interacción entre dos seres humanos es un malentendido”. Si esta frase volara sería un Tupolev, cargado de cuatrisílabos. Excavada en el corazón de la montaña es un honesto trozo de antracita que podría quitar el frío una tarde de invierno a un estudiante de filosofía. La que más se acerca, en versión pop, a la felicidad del apotegma creo que es esta: “Decimos I love you, queriendo decir love me tender”. Bilingüe, con ese “love me tender” tomado de la canción de Elvis. Tal vez sea una canica de cristal pero quiero ver un pequeño brillante. En el cielo sería un caza Spitfire sobrevolando los acantilados de Dover.
Post Scriptum: Estas líneas me han sugerido otra frase, la decimonovena de la libreta. Además, me ha salido en verso: “Leerse a uno mismo es un tipo de onanismo”.