martes, 19 de noviembre de 2019

Limpio y claro

No leo poesía, lo confieso. Tal vez porque me abruma, en general. Porque no la entiendo. O por ser demasiado intensa, o profunda, o enigmática, o ripiosa, alguna vez por ser demasiado simple. No la escribo porque no me sale. La poesía es otra asignatura que me quedó para septiembre. Pero a veces el periódico del día te saca una pequeña poesía en un recuadro, y la lees y dices, sí, esto es. Y la vuelves a leer y te gusta más. Dice el crítico que es un poeta rasante; que no se eleva a las alturas de la gran poesía, interpreto. Mejor que mejor, allá arriba el aire debe estar enrarecido. Respiro mejor aquí abajo, al lado de esta poesía que me susurra, limpia y clara. Esta poesía que me ha recordado otros pequeños poemas limpios y claros. Marina, si has escrito cincuenta, ya tienes un libro. Al poeta al que me estaba refiriendo le han dado un premio, y dice el crítico que ha podido haber motivos políticos para dárselo. No sé, no me importa. El poeta tiene 81 años y en otro verso dice: “ser viejo es una especie de posguerra”, hacia allá vamos. El poeta es Joan Margarit y en el recuadro del periódico está este poema al que solo le falta la lluvia. Aunque, pensándolo mejor, puede que sea esa lluvia, que sobra, la que me separa a mí de la poesía.

Joan Margarit. No tires las cartas de amor

No tires las cartas de amor.
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.

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