Fue en La Plata. Llevaba unos días en la Argentina y ya se me estaba pegando el acento. “No tenés personalidad, vos”, pensaba para mí. Me abordó una mina, una chica, y me contó algo de un experimento o una encuesta, iba a ser divertido, seguro. Si es un barbudo, no voy. Entramos por una puerta medio escondida, una salida de emergencia en realidad. Un pasillo en penumbra nos llevó hasta un espacio lleno de trastos. Entre cortinajes se veía otra sala muy iluminada. “Es acá”, me dice, “pasá, ponete en el centro y dejate llevar”. Entro despreocupado y, la concha de su madre, estaba en un escenario en plena representación.
Irrumpes con cierto ímpetu que se va ralentizando hasta detenerte. Pareces un conejo deslumbrado en medio de la carretera. Atisbas el público haciendo visera con la mano y se levanta un murmullo de risas contenidas. Hay un amago de huida, pero te rehaces y avanzas hasta colocarte al fondo, junto al árbol del decorado, un tanto a media luz, como en el tango. Los dos personajes en escena, dos vagabundos, reanudan el diálogo. Gogo y Didi, se nombran entre ellos. Tú eres un espectador más, atento a los imprevistos. Al rato, uno de los actores, Didi o Gogo, quien se acuerda, dice: “Igual no viene”, el otro replica, “¿no será él”, y dirigiéndose a ti: “Os lo pregunto con la o, ¿no sos vos Godot?”. Te relajas, casi sonríes, tras un titubeo das un paso adelante y en alto, consciente de que hay que colocar la voz o algo, dices: “No, no soy Godot, y además, no creo que venga”.
Anoche, en el teatro
Ópera, feliz revisión de un clásico en versión argentina de Emilio Renzi. Texto
complejo, hermético, surrealista. Como ya dijo un crítico en el
estreno: “significa tantas cosas, que corre el riesgo de no
significar nada”. Décadas después sigue siendo innovador,
sugerente, existencial. En la adaptación hay un momento brillante,
una especie de sinapsis entre la escena y la calle. Es al final del primer acto
cuando aparece el personaje sorpresa, que ciertamente no está en la
obra original. Aún no sabemos si fue un actor o “alguien que
pasaba por allá”. Su frase resume la función, “no creo que
venga”, cierto, el tal Godot se hizo perdiz.
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