sábado, 25 de julio de 2020

Diarios

“Nacido en París de padre obrero y madre institutriz”, dice la nota biográfica de Pierre Gascar. A este señor no lo conocía de nada (aviso, me estoy quitando del leísmo y no siempre acierto). Me ha hecho gracia lo de obrero e institutriz, te hace especular sobre dónde se pudieron conocer, o pensar que una familia así sería la única posibilidad de que alguien humilde disfrute de una educación digna de un marquesito; así el niño, Pierre, salió escritor. De otro (escritor, y esto no viene a mucho cuento) decía (su nota biográfica) que el padre, ingeniero aeronaútico, era hijo a su vez de “un doctor judío y su esposa”; la esposa parece que pasaba por allí. Tampoco conocía, vuelvo a la lengua francesa, a Charles du Bos; es normal no conocerlos, porque hay cientos, miles de escritores franceses. Muchos de ellos están poco o nada traducidos, y por mi parte, de modo complementario, no sé francés. Comentando desde esa ignorancia, he oído que el francés ha sido, ahora menos, un idioma que no era el materno de la mayoría de los francófonos. Cada región tenía su lengua propia o su dialecto de ese francés estirado que solo se hablaba en las altas esferas. Lo mismo he leído de Italia; los únicos que hablan, o hablaban, el italiano oficial son los locutores de la tele. Del francés he sabido otra cosa aún más sorprendente; tres de cada cuatro franceses piensan que su idioma, la conjugación, la gramática, es demasiado complicado. Charles du Bos, enchanté, se hinchó a escribir diarios (journals), y como él muchos autores franceses, Gide, Camus, Léautaud, Amiel, los hermanos Goncourt. A la vista de esta selva literaria inexplorada, estoy valorando la posibilidad de aprender algo de francés (lo que demuestra una simpleza y un candor conmovedores, sospecho). El francés es una lengua latina, muchas palabras se reconocen al leerlas. Otra cosa es escucharlas (y pronunciarlas), a eso renuncio. Pero con un buen diccionario, algo de paciencia y otro tanto de imaginación tal vez pueda echar un vistazo a unas pocas páginas de esos diarios que nadie se ha tomado la molestia de traducir. A pesar de que pueda parecer que, justo en este verano de 2020, hablar de diaristas franceses es algo extemporáneo, estoy seguro (o casi) de que esos diarios guardan más de una clave que podría venirnos bien. Aunque, en resumidas cuentas, qué sé yo.


miércoles, 22 de julio de 2020

Hazlo lo mejor que puedas

“Vida de este chico” es un libro de Tobias Wolff. El título me llamaba la atención; el chico no era otro que el mismo Tobias, que contaba su infancia y tenía 44 años cuando se publicó. Con el tiempo lo he ido entendiendo mejor. “Este chico” era el modo en que se veía a sí mismo. Nos pasa a todos, seguimos viendo al chico que eramos (y un poco también somos). Tobias, vive aún, en California, y que sea por muchos años (y yo que lo vea). Este otro chico ha escrito, está escribiendo, este blog; donde no cuenta, o sí cuenta, su vida (mi vida). No sé cuánto le importa a Wolff lo que pensemos de él los que hemos leído su libro (es bueno, desde luego), ni lo que pensarán los que lo lean en el futuro. Lo que sí sabe es que llegará un día, lejano, en que ya no lo leerá nadie. A una escala mucho más pequeña lo mismo pasará con este blog (y con mi libro, “El tiempo, la ausencia”, autoeditado y disponible en Amazon, si lo lees mándame un email). En su autobiografía “A propósito de nada” Woody Allen dice que no le importa en absoluto lo que opinen de él después de muerto, ni el reconocimiento a sus películas entonces, ni las críticas que reciba ahora mismo. Lo que le importa es hacerlas y estar contento con su trabajo. La razón me dice que eso es lo lógico, estoy de acuerdo, lo que importa es hacer lo que sea que hagas lo mejor posible. Si lo consigues puedes sentirte bien, acariciar tu logro, aunque nadie más lo vea o lo aprecie. En mi caso, escribo esta entrada para divertirme, para sacarme impresiones de la cabeza; y si consigo que al leerla fluyan las palabras, que haya cierto swing, me daré por satisfecho. Eso dice la razón; luego está la emoción, y claro que me importa lo que opinen los demás. Aún así tengo listo el escudo protector de Woody: soy mi juez principal, nadie conoce mejor las trampas que me hago al solitario, ni el valor real de todo esto (frío, frío, muy cerca de la nada, del cero absoluto). En cuanto a la posteridad, sospecho que, si bien ahora me intriga, el día que me muera me dejará de importar.
Banda Sonora: The Hollies - Do The Best You Can (1968) https://www.youtube.com/watch?v=sGTx04Zm1Zs

sábado, 18 de julio de 2020

La pasión contenida

Te sonará la ley de vagos y maleantes. Deberían haber afinado más y haber hecho una ley más específica de vagos y diletantes, que tampoco estaban bien vistos. Qué mal le harían a nadie los vagos y quedaron marcados. Me duele, por la parte que me toca. Vagar ya no es delito, supongo, y ser vago tampoco (y no tengo nada contra el trabajo, incluso considero que con moderación es bueno). Pero, cuidado, muchas veces se confunden los términos, no se es vago solo por dejar de hacer algo. Hay un gran referente literario, Bartleby: “Preferiría no hacerlo”, qué elegancia. No queda claro en la narración, o yo no lo vi claro, si su postura, de un día para otro, fue un rechazo al sistema, una consecuencia de su cansancio vital, el producto puro y simple de una enajenación mental u otra cosa que se me escapa (como suele ocurrir). Cualquiera que fuera la razón, la puesta en escena es modélica, un ejemplo para todos; es la expresión comedida, educada, pacífica, incluso amistosa, de un deseo. Mi sospecha es que había pasión soterrada, una voluntad firme enguantada en seda, prefiriría no hacerlo, y no lo hacía. Hay otro personaje de Melville que podría ser su antítesis aparente, el capitán Ahab. ¿Qué necesidad tenía Ahab de perseguir a la ballena blanca? Hasta le veo un punto racista, para mí todas las ballenas son iguales. Aclaro que en este caso no he leído el libro (habrá que hacerlo si un noviembre húmedo y lloviznoso se instala en mi alma), solo he visto la película (de John Huston). Recuerdo dos escenas, la poco edificante furia vesánica de Ahab rugiendo desde el púlpito (qué vergüenza, un hombre tan mayor) y un avistamiento de la ballena al grito de “¡por allá resopla!” (expresión que, me parece, nunca saldría de los labios de un marinero en castellano). Dos formas opuestas de estar en el mundo, pero al servicio de una misma determinación inflexible. En Ahab, la caza de la ballena blanca; en Bartleby, la calma fría de abstenerse. Imagino al escribiente dando un paseo hasta la atalaya sobre el puerto, oteando el horizonte y viendo algo a lo lejos, hummm, ¿no es una ballena?, qué curioso, es clarita, luego lo apunto en mi diario, bueno, ya veré, en todo caso no le diré nada a Ahab, ese viejo cascarrabias.

martes, 14 de julio de 2020

Informe a la academia

¿Qué es una buena novela? Me alegro de que me hagan esa pregunta, aunque permítanme plantear una cuestión previa: qué es una novela, buena o mala. La regla principal de la novela es que no admite reglas; por eso, me inclino a pensar que el único parámetro seguro a la hora de validar un texto como novela es la longitud. Un parámetro, digámoslo ya, de lo más elástico; microcuento, cuento, novela corta, novela standard, novelón, saga; todo puede ser novela, en el fondo. Incluso, apurando el argumento, se puede hablar de magnitudes menores al microcuento, la frase-historia, hasta la palabra-historia. Por ejemplo, he aquí un microrrelato, o mejor dicho un nanorelato, que glosaría como brevérrimo (1), estoico, realista, desesperado, premonitorio... podría seguir hasta hacer de la descripción otra novela (o un tratado pseudofilosófico); va, nanorelato, por Javier: “Moriré”. A medida que utilizamos más palabras las posibilidades del texto crecen de forma exponencial. Con solo seis, igual has leído esta pieza (2) que me parece la historia más triste del mundo (superando a “El buen soldado”, que leí y no me pareció tan triste (3)): “Vendo zapatos de bebé, sin usar” (4). Estoy divagando, zanjemos este asunto, recurramos a la ciencia. Definición matemática de novela: “Una novela es un conjunto de palabras en número indeterminado entre dos valores “x” e “y”, siendo “x” distinto de “y” y ambos números naturales positivos”. Veo sonrisas; en efecto, nos estamos moviendo en el plano, un mundo bidimensional, falta la tercera coordenada, “z”. Demos ese paso. Formulando, definición de novela en un espacio cartesiano de tres dimensiones (y me baso en el apotegma de Javier Calvo (5)): “Un conjunto de palabras en número comprendido entre “x” e “y”, siendo “x” distinto de “y”, es una novela si, y solo si, es adquirida, y leída, por un sujeto lector por una cantidad “z” de dinero de curso legal, cuando las tres variables, “x”, “y” “z”, son números naturales positivos”. Eso es una novela, carajo. En cuanto a la pregunta inicial, qué es una buena novela, no puedo estar más de acuerdo con Virginia Woolf. https://www.theclinic.cl/2018/03/05/una-buena-novela-virginia-woolf/
Notas: 1- Hiper-superlativo de breve, una propuesta. 2- De autor desconocido; a veces atribuida, erróneamente, a Hemingway. 3- “This is the saddest story I have ever heard” es el comienzo de la novela “The Good Soldier” de Ford Madox Ford. 4- “For sale: Baby shoes, never worn” en el original en inglés. 5- “Literatura es alguien que va, compra un libro y se lo lee”.

sábado, 11 de julio de 2020

Ser persona al levantarse

El personaje de ficción con más películas a sus espaldas es, escribo de (mala) memoria, Sherlock Holmes. No sé si el segundo, pero sí entre los siguientes está Tarzán. Si lees hasta el final sabrás por qué me he acordado de él (teaser). El Tarzán por excelencia es el encarnado por Johnny Weissmuller, aquellas películas que veíamos en la tele. El hombre mono avanzaba por la selva a toda velocidad saltando de liana en liana. He tecleado “liana” en el buscador y este añade espontáneo, “tarzán”; no creo haber oído nunca la palabra en otro contexto. En cada película sonaba tres o cuatro veces el grito de Tarzán; único, exacto, inimitable: Aah, a-aaaah, a-a-a-aahh. No fallaba tampoco la lucha con el cocodrilo, escenas subacuáticas de Tarzán y el bicho dando vueltas frenéticos. Pero el personaje es literario y en los libros, de Edgar Rice Burroughs, aparecen otros detalles que no se reflejan en el cine. Los monos que crían a Tarzán son los manganis, un intermedio entre chimpancés y gorilas (por cierto la mona Chita no sale en las novelas). Tarzán habla malamente el castellano (o sea el inglés): Yo Tarzán, tú Jane; lo que domina es el mangani. En mangani el león es Numa, el elefante Tantor, “kagoda” es “me rindo” (se lo decían mucho), los negros son gomanganis, los blancos tarmanganis (Tarzán significa piel blanca). A lo que voy, los manganis se veían a ellos mismos como los importantes, normal, la autoestima es lo primero, por eso los nombres de los otros eran derivados del suyo propio. Esto me ha venido a la cabeza (lo que igual alguien dice que es pensar, no sé) al darme cuenta, más vale tarde, que en inglés hombre es “man” y mujer “woman”. Mangani, gomangani; man, woman. En castellano no se nota tanto, hombre, mujer; pero he mirado y “mujer” viene de “blando”, así que quién sabe. En todo caso ya no suena bien decir “hombre” como genérico para “ser humano”. Conclusión, necesitamos una palabra que designe a cualquier miembro de la especie, sea hombre o mujer (u otra cosa). Tenemos “persona”, puede valer, habría que acostumbrarse; Amstrong hubiera dicho “es un pequeño paso para la persona”, los documentales de Rodríguez de la Fuente serían “la persona y la Tierra”, y así sucesivamente. Eso o que alguien se saque una palabra nueva de la manga.

jueves, 2 de julio de 2020

Para la ansiedad normal

Cuando Jeanette Winterson le explicó a su madre que estar con su pareja, otra mujer, la hacía feliz, esta, tras una breve pausa, le contestó: ¿por qué ser feliz si podrías ser normal? Y se lo dijo en serio. Vivimos un tiempo de incertidumbre, sin exagerar. Entender la normalidad es aceptar que la normalidad no existe; ni vieja, ni nueva. La normalidad, en todo caso, sería como la estadística, engañosa. Decía uno que él bebía lo normal. Dice un filósofo (en una entrevista) que la humanidad cambia, pero lo hace tan despacio que en una generación no se aprecia la diferencia. Estos tiempos son propicios para que nos pongamos nerviosos y anhelemos, aun más, respuestas a la pregunta. Me refiero a la pregunta por excelencia, nuestra pregunta; la pregunta que se ha hecho la humanidad desde la aparición del lenguaje: ¿Qué coño hacemos aquí? Esta pregunta primigenia es la causa de nuestra ansiedad, la ansiedad vital, la ansiedad de fondo del ser humano. Para calmarla están las religiones, y para casos más agudos, o más excéntricos, están las sectas, los gurús, las técnicas de meditación, el hare krishna, la cienciología, el yoga y eso que estás pensando. Por desgracia, la ansiedad no se quita nunca. Eso sí, mientras tanto estamos entretenidos. Pensando, vagamente, en ello, me parece que hay un campo, una técnica, una afición, un arte, que puede contener a todos los (precarios) remedios anteriores. Con una ventaja, no promete nada. La ansiedad vital no desaparecerá nunca, aceptado, pero disponemos de un buen paliativo: la literatura.