“Nacido en París de padre obrero y madre institutriz”, dice la nota biográfica de Pierre Gascar. A este señor no lo conocía de nada (aviso, me estoy quitando del leísmo y no siempre acierto). Me ha hecho gracia lo de obrero e institutriz, te hace especular sobre dónde se pudieron conocer, o pensar que una familia así sería la única posibilidad de que alguien humilde disfrute de una educación digna de un marquesito; así el niño, Pierre, salió escritor. De otro (escritor, y esto no viene a mucho cuento) decía (su nota biográfica) que el padre, ingeniero aeronaútico, era hijo a su vez de “un doctor judío y su esposa”; la esposa parece que pasaba por allí. Tampoco conocía, vuelvo a la lengua francesa, a Charles du Bos; es normal no conocerlos, porque hay cientos, miles de escritores franceses. Muchos de ellos están poco o nada traducidos, y por mi parte, de modo complementario, no sé francés. Comentando desde esa ignorancia, he oído que el francés ha sido, ahora menos, un idioma que no era el materno de la mayoría de los francófonos. Cada región tenía su lengua propia o su dialecto de ese francés estirado que solo se hablaba en las altas esferas. Lo mismo he leído de Italia; los únicos que hablan, o hablaban, el italiano oficial son los locutores de la tele. Del francés he sabido otra cosa aún más sorprendente; tres de cada cuatro franceses piensan que su idioma, la conjugación, la gramática, es demasiado complicado. Charles du Bos, enchanté, se hinchó a escribir diarios (journals), y como él muchos autores franceses, Gide, Camus, Léautaud, Amiel, los hermanos Goncourt. A la vista de esta selva literaria inexplorada, estoy valorando la posibilidad de aprender algo de francés (lo que demuestra una simpleza y un candor conmovedores, sospecho). El francés es una lengua latina, muchas palabras se reconocen al leerlas. Otra cosa es escucharlas (y pronunciarlas), a eso renuncio. Pero con un buen diccionario, algo de paciencia y otro tanto de imaginación tal vez pueda echar un vistazo a unas pocas páginas de esos diarios que nadie se ha tomado la molestia de traducir. A pesar de que pueda parecer que, justo en este verano de 2020, hablar de diaristas franceses es algo extemporáneo, estoy seguro (o casi) de que esos diarios guardan más de una clave que podría venirnos bien. Aunque, en resumidas cuentas, qué sé yo.
sábado, 25 de julio de 2020
miércoles, 22 de julio de 2020
Hazlo lo mejor que puedas
“Vida de este chico”
es un libro de Tobias Wolff. El título me llamaba la atención; el
chico no era otro que el mismo Tobias, que contaba su infancia y
tenía 44 años cuando se publicó. Con el tiempo lo he ido
entendiendo mejor. “Este chico” era el modo en que se veía a sí
mismo. Nos pasa a todos, seguimos viendo al chico que eramos (y un
poco también somos). Tobias, vive aún, en California, y que sea por
muchos años (y yo que lo vea). Este otro chico ha escrito, está
escribiendo, este blog; donde no cuenta, o sí cuenta, su vida (mi
vida). No sé cuánto le importa a Wolff lo que pensemos de él los
que hemos leído su libro (es bueno, desde luego), ni lo que pensarán
los que lo lean en el futuro. Lo que sí sabe es que llegará un día,
lejano, en que ya no lo leerá nadie. A una escala mucho más pequeña
lo mismo pasará con este blog (y con mi libro, “El tiempo, la
ausencia”, autoeditado y disponible en Amazon, si lo lees mándame
un email). En su autobiografía “A propósito de nada” Woody
Allen dice que no le importa en absoluto lo que opinen de él después
de muerto, ni el reconocimiento a sus películas entonces, ni las
críticas que reciba ahora mismo. Lo que le importa es hacerlas y
estar contento con su trabajo. La razón me dice que eso es lo
lógico, estoy de acuerdo, lo que importa es hacer lo que sea que
hagas lo mejor posible. Si lo consigues puedes sentirte bien,
acariciar tu logro, aunque nadie más lo vea o lo aprecie. En mi
caso, escribo esta entrada para divertirme, para sacarme
impresiones de la cabeza; y si consigo que al leerla fluyan las
palabras, que haya cierto swing, me daré por satisfecho. Eso dice la
razón; luego está la emoción, y claro que me importa lo que opinen
los demás. Aún así tengo listo el escudo protector de Woody: soy
mi juez principal, nadie conoce mejor las trampas que me hago al
solitario, ni el valor real de todo esto (frío, frío, muy cerca de
la nada, del cero absoluto). En cuanto a la posteridad, sospecho que,
si bien ahora me intriga, el día que me muera me dejará de
importar.
sábado, 18 de julio de 2020
La pasión contenida
Te sonará la ley de vagos
y maleantes. Deberían haber afinado más y haber hecho una ley más
específica de vagos y diletantes, que tampoco estaban bien vistos.
Qué mal le harían a nadie los vagos y quedaron marcados. Me duele,
por la parte que me toca. Vagar ya no es delito, supongo, y ser vago
tampoco (y no tengo nada contra el trabajo, incluso considero que con
moderación es bueno). Pero, cuidado, muchas veces se confunden los
términos, no se es vago solo por dejar de hacer algo. Hay un gran
referente literario, Bartleby: “Preferiría no hacerlo”, qué
elegancia. No queda claro en la narración, o yo no lo vi claro, si
su postura, de un día para otro, fue un rechazo al sistema, una
consecuencia de su cansancio vital, el producto puro y simple de una
enajenación mental u otra cosa que se me escapa (como suele ocurrir).
Cualquiera que fuera la razón, la puesta en escena es modélica, un
ejemplo para todos; es la expresión comedida, educada, pacífica,
incluso amistosa, de un deseo. Mi sospecha es que había pasión
soterrada, una voluntad firme enguantada en seda, prefiriría no
hacerlo, y no lo hacía. Hay otro personaje de Melville que podría
ser su antítesis aparente, el capitán Ahab. ¿Qué necesidad tenía Ahab de
perseguir a la ballena blanca? Hasta le veo un punto racista, para mí
todas las ballenas son iguales. Aclaro que en este caso no he leído
el libro (habrá que hacerlo si un noviembre húmedo y lloviznoso se
instala en mi alma), solo he visto la película (de John Huston).
Recuerdo dos escenas, la poco edificante furia vesánica de Ahab
rugiendo desde el púlpito (qué vergüenza, un hombre tan mayor) y
un avistamiento de la ballena al grito de “¡por allá resopla!”
(expresión que, me parece, nunca saldría de los labios de un
marinero en castellano). Dos formas opuestas de estar en el mundo,
pero al servicio de una misma determinación inflexible. En Ahab, la caza de la ballena blanca; en
Bartleby, la calma fría de abstenerse. Imagino al escribiente dando
un paseo hasta la atalaya sobre el puerto, oteando el horizonte y
viendo algo a lo lejos, hummm, ¿no es una ballena?, qué
curioso, es clarita, luego lo apunto en mi diario, bueno,
ya veré, en todo caso no le diré nada a Ahab, ese viejo
cascarrabias.
martes, 14 de julio de 2020
Informe a la academia
¿Qué es una buena
novela? Me alegro de que me hagan esa pregunta, aunque permítanme
plantear una cuestión previa: qué es una novela, buena o mala. La
regla principal de la novela es que no admite reglas; por eso, me
inclino a pensar que el único parámetro seguro a la hora de validar
un texto como novela es la longitud. Un parámetro, digámoslo ya, de
lo más elástico; microcuento, cuento, novela corta, novela
standard, novelón, saga; todo puede ser novela, en el fondo.
Incluso, apurando el argumento, se puede hablar de magnitudes menores
al microcuento, la frase-historia, hasta la palabra-historia. Por
ejemplo, he aquí un microrrelato, o mejor dicho un nanorelato, que
glosaría como brevérrimo (1), estoico, realista, desesperado,
premonitorio... podría seguir hasta hacer de la descripción otra
novela (o un tratado pseudofilosófico); va, nanorelato, por Javier:
“Moriré”. A medida que utilizamos más palabras las
posibilidades del texto crecen de forma exponencial. Con solo seis,
igual has leído esta pieza (2) que me parece la historia más triste
del mundo (superando a “El buen soldado”, que leí y no me
pareció tan triste (3)): “Vendo zapatos de bebé, sin usar” (4).
Estoy divagando, zanjemos este asunto, recurramos a la ciencia.
Definición matemática de novela: “Una novela es un conjunto de
palabras en número indeterminado entre dos valores “x” e “y”,
siendo “x” distinto de “y” y ambos números naturales
positivos”. Veo sonrisas; en efecto, nos estamos moviendo en el
plano, un mundo bidimensional, falta la tercera coordenada, “z”.
Demos ese paso. Formulando, definición de novela en un espacio
cartesiano de tres dimensiones (y me baso en el apotegma de Javier
Calvo (5)): “Un conjunto de palabras en número comprendido
entre “x” e “y”, siendo “x” distinto de “y”, es una
novela si, y solo si, es adquirida, y leída, por un sujeto lector
por una cantidad “z” de dinero de curso legal, cuando las tres
variables, “x”, “y” “z”, son números naturales
positivos”. Eso es una novela, carajo. En cuanto a la pregunta
inicial, qué es una buena novela, no puedo estar más de acuerdo con
Virginia Woolf. https://www.theclinic.cl/2018/03/05/una-buena-novela-virginia-woolf/
Notas: 1-
Hiper-superlativo de breve, una propuesta. 2- De autor desconocido; a
veces atribuida, erróneamente, a Hemingway. 3- “This is the
saddest story I have ever heard” es el comienzo de la novela “The
Good Soldier” de Ford Madox Ford. 4- “For sale: Baby shoes, never
worn” en el original en inglés. 5- “Literatura es alguien que
va, compra un libro y se lo lee”.
sábado, 11 de julio de 2020
Ser persona al levantarse
El personaje de ficción
con más películas a sus espaldas es, escribo de (mala) memoria,
Sherlock Holmes. No sé si el segundo, pero sí entre los siguientes
está Tarzán. Si lees hasta el final sabrás por qué me he acordado
de él (teaser). El Tarzán por excelencia es el encarnado por Johnny
Weissmuller, aquellas películas que veíamos en la tele. El hombre
mono avanzaba por la selva a toda velocidad saltando de liana en
liana. He tecleado “liana” en el buscador y este añade
espontáneo, “tarzán”; no creo haber oído nunca la palabra en
otro contexto. En cada película sonaba tres o cuatro veces el grito
de Tarzán; único, exacto, inimitable: Aah, a-aaaah, a-a-a-aahh. No
fallaba tampoco la lucha con el cocodrilo, escenas subacuáticas de
Tarzán y el bicho dando vueltas frenéticos. Pero el personaje es
literario y en los libros, de Edgar Rice Burroughs, aparecen otros
detalles que no se reflejan en el cine. Los monos que crían a Tarzán
son los manganis, un intermedio entre chimpancés y gorilas (por
cierto la mona Chita no sale en las novelas). Tarzán habla malamente
el castellano (o sea el inglés): Yo Tarzán, tú Jane; lo que domina
es el mangani. En mangani el león es Numa, el elefante Tantor,
“kagoda” es “me rindo” (se lo decían mucho), los negros son
gomanganis, los blancos tarmanganis (Tarzán significa piel blanca).
A lo que voy, los manganis se veían a ellos mismos como los
importantes, normal, la autoestima es lo primero, por eso los nombres
de los otros eran derivados del suyo propio. Esto me ha venido a la
cabeza (lo que igual alguien dice que es pensar, no sé) al darme
cuenta, más vale tarde, que en inglés hombre es “man” y mujer
“woman”. Mangani, gomangani; man, woman. En castellano no se nota
tanto, hombre, mujer; pero he mirado y “mujer” viene de “blando”,
así que quién sabe. En todo caso ya no suena bien decir “hombre”
como genérico para “ser humano”. Conclusión, necesitamos una
palabra que designe a cualquier miembro de la especie, sea hombre o
mujer (u otra cosa). Tenemos “persona”, puede valer, habría que
acostumbrarse; Amstrong hubiera dicho “es un pequeño paso para la
persona”, los documentales de Rodríguez de la Fuente serían “la
persona y la Tierra”, y así sucesivamente. Eso o que alguien se saque una palabra nueva de la manga.
jueves, 2 de julio de 2020
Para la ansiedad normal
Cuando Jeanette Winterson
le explicó a su madre que estar con su pareja, otra mujer, la hacía
feliz, esta, tras una breve pausa, le contestó: ¿por qué ser feliz
si podrías ser normal? Y se lo dijo en serio. Vivimos un tiempo de
incertidumbre, sin exagerar. Entender la normalidad es aceptar que la
normalidad no existe; ni vieja, ni nueva. La normalidad, en todo
caso, sería como la estadística, engañosa. Decía uno que él
bebía lo normal. Dice un filósofo (en una entrevista) que la
humanidad cambia, pero lo hace tan despacio que en una generación no
se aprecia la diferencia. Estos tiempos son propicios para que nos
pongamos nerviosos y anhelemos, aun más, respuestas a la pregunta. Me
refiero a la pregunta por excelencia, nuestra pregunta; la pregunta
que se ha hecho la humanidad desde la aparición del lenguaje: ¿Qué
coño hacemos aquí? Esta pregunta primigenia es la causa de nuestra
ansiedad, la ansiedad vital, la ansiedad de fondo del ser humano.
Para calmarla están las religiones, y para casos más
agudos, o más excéntricos, están las sectas, los gurús, las
técnicas de meditación, el hare krishna, la cienciología, el yoga y
eso que estás pensando. Por desgracia, la ansiedad no se quita
nunca. Eso sí, mientras tanto estamos entretenidos. Pensando,
vagamente, en ello, me parece que hay un campo, una técnica, una
afición, un arte, que puede contener a todos los (precarios)
remedios anteriores. Con una ventaja, no promete nada. La ansiedad
vital no desaparecerá nunca, aceptado, pero disponemos de un buen
paliativo: la literatura.
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