jueves, 2 de julio de 2020

Para la ansiedad normal

Cuando Jeanette Winterson le explicó a su madre que estar con su pareja, otra mujer, la hacía feliz, esta, tras una breve pausa, le contestó: ¿por qué ser feliz si podrías ser normal? Y se lo dijo en serio. Vivimos un tiempo de incertidumbre, sin exagerar. Entender la normalidad es aceptar que la normalidad no existe; ni vieja, ni nueva. La normalidad, en todo caso, sería como la estadística, engañosa. Decía uno que él bebía lo normal. Dice un filósofo (en una entrevista) que la humanidad cambia, pero lo hace tan despacio que en una generación no se aprecia la diferencia. Estos tiempos son propicios para que nos pongamos nerviosos y anhelemos, aun más, respuestas a la pregunta. Me refiero a la pregunta por excelencia, nuestra pregunta; la pregunta que se ha hecho la humanidad desde la aparición del lenguaje: ¿Qué coño hacemos aquí? Esta pregunta primigenia es la causa de nuestra ansiedad, la ansiedad vital, la ansiedad de fondo del ser humano. Para calmarla están las religiones, y para casos más agudos, o más excéntricos, están las sectas, los gurús, las técnicas de meditación, el hare krishna, la cienciología, el yoga y eso que estás pensando. Por desgracia, la ansiedad no se quita nunca. Eso sí, mientras tanto estamos entretenidos. Pensando, vagamente, en ello, me parece que hay un campo, una técnica, una afición, un arte, que puede contener a todos los (precarios) remedios anteriores. Con una ventaja, no promete nada. La ansiedad vital no desaparecerá nunca, aceptado, pero disponemos de un buen paliativo: la literatura.

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