lunes, 29 de mayo de 2023

Cartero

    Estoy pendiente del cartero. Espero a que me traiga un certificado. No estoy a gusto en esta situación de espera, tiendo a angustiarme. Eso dirá algo sobre mí, algo que imagino más bien negativo pero con alguna connotación positiva. Para saberlo con certeza habría que preguntarle a un psicólogo.
    Teníamos un cartero de voz aguda que cuando preguntabas por el telefonillo contestaba con una especie de gallo alargando la o final, carterooo. Intentaría una imitación pero no me sale bien. Otra temporada anduvo una mujer muy simpática que contestaba con tono musical y me daba las cartas en mano si me veía por la calle. Ahora con el trabajo temporal y las subcontratas no sé quién será la persona que me traiga esos papeles que espero.
    El cartero siempre llamaba dos veces en la literatura y en el cine, no es así en mi barrio. A veces sí, un timbrazo largo y tras un breve intervalo otro algo más corto, impaciente, como diciendo: no tengo tiempo que perder, si no contestas ya me largo. Con más frecuencia, me parece, lo que hace el cartero tras el primer timbrazo en lugar de llamar dos veces es pulsar todos los timbres de la escalera, lo que en mi opinión es contraproducente ya que la reacción del vecino corriente es pensar que si llama a todos los timbres es que no le está llamando a él en particular y por tanto no se va a mover de donde quiera que esté, sea en el sofá viendo la tele, sea en la cocina trajinando o, lo que suele ser más problemático, se encuentre en tareas de índole privada en el escusado. Ah, llamas a todos, pues alguien te abrirá, no yo; para que te abra yo necesito un trato personalizado, necesito un primer timbrazo para mi solo y otro de refuerzo como mínimo. Y si la cosa es importante, una carta certificada o un paquete, qué menos que un tercer timbrazo que ya despeje todas las dudas.

viernes, 26 de mayo de 2023

Me parece

    Llevaba tiempo pensando si no será contraproducente prodigar esas coletillas de “supongo”, “dicen”, “pudiera ser” a las que recurro para dejar claro que no pretendo pontificar sobre nada. Por una parte esa costumbre va en contra de la idea de que algo de contundencia y la exageración son virtudes literarias, por otra plantean el problema de encontrar el momento y la frecuencia adecuados en el reparto de esas “advertencias”. En esas estaba cuando me he topado con estos comentarios en el libro de Bioy Casares sobre Borges.
    Borges: El estilo de [T. S.]. Eliot es desesperante. Dice algo y en seguida lo atenúa con un quizá o un según creo, o le resta importancia.
    Bioy: los autores deben atenerse a hacer afirmaciones un poco audaces, en la inteligencia de que el lector comprenderá que no hay que tomar todo literalmente y contribuirá con las dudas. Por un ideal de nitidez y simplificación hay que tener ese coraje de afirmar algo a veces.
    Borges: Goethe dijo que esas palabras como tal vez, quizá, según me parece, si no me equivoco, deben estar sobreentendidas en todos los escritos; que el lector puede distribuirlas donde lo juzgue conveniente y que él, Goethe, escribía cómodamente sin ellas.
    Estoy de acuerdo con los dos, y con Goethe, el lector debería dar por supuestas esas matizaciones; debería leer lo escrito con benevolencia sabiendo que el autor no pretende que nadie tome su texto como si fueran los evangelios. Debería, digo, porque no me fío nada de que así suceda y por si acaso las seguiré incluyendo. Tampoco creo que molesten tanto.

martes, 23 de mayo de 2023

Todo estaba mal

    No lo sabíamos pero todo estaba mal. Cómo saberlo, uno llega a un mundo que, se supone, se ha ido puliendo a lo largo de la historia; ha ido progresando porque las ciencias adelantan, cada vez hay más escuelas y menos analfabetos y todo mejora poco a poco; la teoría es que has tenido la suerte de nacer en el mejor de los mundos posibles. Luego pasa el tiempo y te das cuenta de que no, de que todo estaba mal y que de hecho sigue bastante mal.
    Cuando nací, además, todo estaba particularmente mal porque había una dictadura; las cosas se hacían por decreto, la moral presuntamente cristiana era obligatoria y a los siete años te decían que ya tenías uso de razón pero tranquilo que ya estaba todo razonado. Entre las cosas que estaban mal, que como digo eran todas, una era el tema del género, que entonces no era ni tema. Había dos masculino y femenino; si alguien se sentía distinto, y lo decía, estaba fuera de la ley y en pecado.
    Todos éramos hijos de Dios y queridos hermanos pero no iguales ante la ley. Para camuflar la injusticia se trataba a las mujeres como a una especie protegida, había que cederles el paso y quitarse el sombrero al saludarlas. En la iglesia y en la escuela cada género por su lado. Aquella educación segregada la tengo clavada como una espina, eso sí creo que nos hizo daño.
    Ahora todo sigue bastante mal pero al menos se ha roto la coja dualidad masculino-femenino. Hay otras identidades, que se intentan abarcar con esas siglas en permanente expansión LGTBIQ+ donde el plus alude a otras posibilidades entre las que la mejor, y más divertida, es una segunda Q que es la inicial de questioning, la identidad de los que se lo están pensando o, matizando, de los que están poniendo en duda su identidad; algo, poner en duda, que es una buena actitud ante la vida en general.
    Digo yo que si de verdad tenemos todos los mismos derechos esa etiqueta llamada género debería desaparecer de cualquier documento. Ya que en el DNI figuran nombre, dos apellidos, fecha y lugar de nacimiento y además, por las dudas, nos han añadido ocho números y una letra, no veo para qué hace falta poner una M o una F, esa supuesta información que es inexacta y anacrónica.

sábado, 20 de mayo de 2023

La lluvia, siempre

    Hay que volver siempre a la lluvia aunque no haya nada nuevo que decir. Abril fue bastante seco y ahora en mayo por fin llueve. Es un alivio porque es justo lo que le prescribiría un médico de planetas a la Tierra para bajarle la fiebre. La lluvia es el riego automático de la naturaleza. Me alegro de que llueva como si con la sequía se me hubiera empezado a agrietar a mí mismo el ser de la misma forma en la que se resquebraja el fondo del pantano.
    El rumor de la lluvia, son palabras que agradan al oído. Rumor suena a lo que significa y lluvia es algo suave que se desliza. Más aún en Argentina, shuvia. Llueve estos días y tú a tus cosas y te olvidas de que llueve hasta que una racha de viento provoca un redoble de gotas en la ventana. Como dijo Mary Oliver, poeta, no hay invento humano que haya superado a la lluvia (esta es una cita que no puedo dejar de repetir).
    Hay lluvias para todos los gustos y cada una tiene su encanto y más en primavera. La lluvia fina microscópica que al final se condensa en gotas que resbalan por la mejilla. La lluvia mansa que parece que no moja pero acaba empapando, y por eso le llaman calabobos. El chaparrón, corto por definición, que te invita a refugiarte en alguna esquina a esperar que pase. La lluvia persistente, no para de llover, que te recuerda que aquí basta que llueva dos días para que algún río se desborde y tampoco es eso.
    Bendita lluvia que da de beber a la tierra, lo pone todo verde y me va a limpiar el coche que tengo aparcado en la calle. Ahora, para decirlo todo, luego asoma el sol y me digo, esta luz, esta luz es otra cosa, esta luz juega en la Champions.

miércoles, 17 de mayo de 2023

Fe poética

    Te haces unos análisis y luego buscas los asteriscos: el colesterol, la vitamina D… ¿y qué hay del alma?, de la psique, del equilibrio mental. Eso no aparece en el informe del laboratorio, y debería. ¿Y esto?, le preguntaría al doctor. Bueno, sí, me diría, ese asterisco significa que tienes una deficiencia de poesía; no parece grave, es normal con la edad.
    Son los sentimientos, estúpido, diría un cínico. Igual es que con los años se va perdiendo sensibilidad y tampoco te das mucha cuenta. Que la vida es dura ya lo sabíamos, será por eso que existen la literatura, la poesía y las canciones tontas de amor. Silly Love Songs es una de Paul McCartney y un ejemplo mal puesto, porque justo esa canción no me gusta.
    Hay una idea recurrente que he investigado y es de Coleridge el poeta inglés; es la suspensión de la incredulidad; el ingrediente, decía él, que constituye la fe poética; y la fe poética es lo que necesitamos ante obras de la imaginación que fríamente contempladas son increíbles y por tanto absurdas. Suspendemos nuestra incredulidad congénita y elegimos creer en un libro o en una película.
    Lo mismo es aplicable a la vida en general. Se trata de recuperar la fe poética que tuve un día o me convencí de que tenía. Era verdad aquella euforia que me producía su risa, importa una caricia. Decía Dino Risi, el director de “Il sorpasso” (“La escapada”) que el mejor recuerdo de su vida era el de subir de dos en dos los peldaños de una escalera con la emoción de dirigirse a su primera cita.
    Me siento como un Ulises al revés: voy a pedir a los marineros que me aten al palo mayor para no sucumbir a los cantos de sirena de la cruda realidad, que es apoética. Debe de ser eso: debe de ser que me falta poesía. Recéteme algo, doctor.

domingo, 14 de mayo de 2023

La flecha del tiempo (y 2)

    Desde el campo de la Física, y también un poco de la Filosofía, Eddington formuló la flecha del tiempo; mi admiración por ello. Por mi parte, y diría que más bien desde el campo de la Literatura, propongo la fuente del tiempo; una fuente que mana en el presente y fluye hacia el pasado. El tiempo que vamos viviendo, o consumiendo, es como el Moonwalk de Michael Jackson, ese dar pasos hacia adelante en apariencia pero hacia atrás en realidad.
    Considerar que la flecha del tiempo apunta hacia el futuro puede ser una convención basada en la necesidad emocional de primar algo de connotaciones positivas, avanzar, sobre lo contrario, retroceder. Una convención que por otra parte nada tiene que ver con todo lo demás, todo lo que se diga sobre la variable física del tiempo es igual de válido salvando ese detalle del sentido.
    Ampliando la escala, si consideramos cualquier vida en su totalidad como contenida en una cápsula de tiempo, no parece descabellado afirmar que todas y cada una de las vidas pasadas viajan hacia el pasado. La cápsula etiquetada “Vida de Sócrates”, por poner un ejemplo con tinte filosófico, lleva ya más de 2400 años alejándose del presente. Puede parecer una locura y no descarto que lo sea, pero mi impresión es que la flecha del tiempo apunta hacia atrás y que bien se podría hablar de una fuente del tiempo que mana en el instante presente y fluye hacia el pasado.

jueves, 11 de mayo de 2023

La flecha del tiempo

    “La flecha del tiempo” es el bonito nombre que el astrofísico británico Arthur Eddington acuñó para referirse al paso del tiempo —que es, por cierto, un problema de la Física sin resolver—. Esa flecha vendría del pasado e iría hacia el futuro. Eddington también decía que, aún sin comprender el fenómeno (del tiempo), el ser humano tiene conciencia innata de su irreversibilidad. No soy un pensador, desde luego, y será por eso, por mi falta de método y herramientas para pensar con claridad, que me ha surgido una duda sobre el tema. Esto es una simple observación, sin más pretensiones, una cuestión de forma más que de fondo.
    En la teoría de vectores la primera lección es distinguir entre dirección y sentido. Vectores de sentidos opuestos pueden compartir la misma dirección, como los coches que se cruzan en una carretera. Coincido con el sentir general sobre la dirección del tiempo, no así respecto al sentido; el tiempo, aunque suene raro, me parece que va hacia atrás.
    Pensemos en el día, una unidad de tiempo muy práctica. Una vez le oí decir a J. que era su unidad de tiempo favorita y simpatizo con ese criterio. Pues bien: el día de hoy mañana será ayer. Qué obviedad, claro, pero de ahí se deduce que el presente, el día de hoy, hacia donde va es hacia el pasado, en ningún caso hacia el futuro.
 Del futuro no sabemos nada, el futuro es una abstracción. El tiempo va hacia atrás; pasado mañana hoy será anteayer. De dónde viene el tiempo, no sé; hacia dónde va, hacia el pasado.

lunes, 8 de mayo de 2023

Secuestro

    Me han secuestrado el reloj y estoy esperando la llamada para acordar el rescate. Lo llevé a la joyería donde me cambiaron la pila la última vez. Se había estropeado el cierre de la correa, que es de esas metálicas que la ajustas a la muñeca y por presión un sencillo mecanismo, que debe de llevar un muelle, hace clic y queda cerrado. Para abrirlo hay que presionar en ambos lados. No sé si me explico.
    Pensaba que sería cosa de un momento, el relojero hurgaría con un pequeño destornillador y voilá, cierre arreglado. Pero no, aludió al presunto muelle, me dijo que intentaría repararlo y que si no pediría la pieza de repuesto; que esperaba que estuviera para el viernes. Eso fue el martes de la semana pasada y sin noticias, es un secuestro.
    Creía que hoy en día el reloj en la muñeca no era del todo necesario, ahora tengo mis dudas. Está el móvil que te dice la hora, sí, pero el reloj sigue teniendo la ventaja de la inmediatez; es lo más rápido, mucho más que tener que sacar el móvil del bolsillo. Para un pistolero del tiempo no hay nada como el reloj de pulsera. Dada la señal, en un doble gesto simultáneo levantas el brazo izquierdo a media altura y con la mano derecha desplazas hacia atrás la manga de la camisa dejando la esfera del reloj al descubierto. Décimas de segundo, pillas al otro con la mano aún metida en el bolsillo, está muerto.
    Otra cuestión es la necesidad, o no, de saber qué hora es. En mi caso, soy adicto. Puede que no sepa otras muchas cosas, el sentido de la vida para empezar, pero al menos sé exactamente en qué momento del día me encuentro. La hora es un ancla que te une a la existencia, un asidero, una referencia. Cada hito del día aparece nítido en el horizonte a su hora correspondiente. Miércoles, a las tres de la tarde taller de literatura, por poner un ejemplo.

viernes, 5 de mayo de 2023

Soponcio

    Soponcio, una palabra que se usa poco, supongo. Últimamente todo lo supongo, no hay nada que sepa seguro. Supongo y soponcio parecen parientes. Doble aliteración. Según Borges la aliteración es una forma de rima muy cultivada por los ingleses. De vez en cuando me vienen a la cabeza palabras o expresiones antiguas —vamos a llamarlas así— como soponcio. Otro ejemplo “limpiar el forro”, por “matar”; ¿se sigue diciendo? Soponcio no es una palabra bonita, es más bien cómica y se me ocurrió mientras estaba escribiendo mis memorias.
    Me explico, no las estaba escribiendo literalmente, estaba imaginando que las escribía, despierto de noche, tumbado de espaldas, bocarriba en la cama; imaginaba que escribía cosas que, quién sabe por qué, se han ido quedando ahí en la memoria. También me decía: si no las escribo de verdad, en papel, todos estos recuerdos se irán por el sumidero de la Historia, y veía el flujo de recuerdos girando como el agua que se va por el desagüe del lavabo.
    Estaba pensando que las dos ideologías que durante el siglo veinte estuvieron de alguna manera enfrentadas en realidad eran la misma. Bueno, ideologías, no es tan complicado. Me refiero al cristianismo y al comunismo. La ideología cristiana diría: Hay un Dios, todos somos hermanos y debemos ayudarnos. La comunista en cambio, ja, diría: No hay ningún Dios, todos somos iguales y debemos ayudarnos. La teoría es muy bonita, en su sencillez, y cualquiera se apunta ilusionado. Una sociedad ideal cristiana o comunista sería una maravilla pero luego en la práctica no cuaja.
    Así, escribiendo mis memorias, en la cama, de espaldas, bocarriba, recordaba como, de pequeño, si veíamos por la calle algún hombre con barba la reacción inmediata era decir: Fidel Castro. Entonces era muy raro ver a nadie con barba. Decíamos Fidel Castro sabiendo que no era, que no podía ser, qué haría Fidel tan lejos de Cuba. Pero decíamos igual, mira Fidel Castro y nos daba un poco de miedo, la verdad, con aquella barba. Castro vivió muchos años y luego me di cuenta de que su barba, tan famosa, era una barba rala, de cuatro pelos, una barba que yo mismo podría superar, y que de hecho superé durante las temporadas que, más que nada por no afeitarme, llevé barba.
    Castro llegó a una edad avanzada, cosa que no sucedió con Lenin. Este, que se llamaba Uliánov en realidad, murió a los 53 años. Fue pensando que es una edad más o menos temprana para morir cuando me vino a la cabeza esa palabra, soponcio.

martes, 2 de mayo de 2023

Todas las cartas de amor

    Todas las cartas de amor son ridículas escribió Pessoa en el papel del poeta Alberto Caeiro. Se torpedeó a sí mismo Caeiro gastando la bala de las cartas de amor. Qué iba a decir en sus futuros poemas sobre el tema si era consciente de que tarde o temprano sus lectores los considerarían ridículos.
    Todas las cartas de amor son ridículas y la explicación más simple es que lo que relucía inspirado y excelso bajo los efectos del enamoramiento al cabo del tiempo aparece afectado y risible.
    Todas las cartas de amor son ridículas, tan ridículas como ridículos somos nosotros mismos. Decía Lubitsch que el más digno de los seres humanos resulta ridículo por lo menos dos veces al día. Esto es completamente cierto salvando que en el fondo nada es ridículo.
    Todas las cartas de amor son ridículas o sublimes o ambas cosas a la vez porque la frontera entre lo sublime y lo ridículo es una difusa tierra de nadie.
    Todas las cartas de amor son ridículas para los que nunca han enviado ni recibido ninguna y que en su fuero interno se mueren de envidia a los afortunados que las escriben febriles o las leen soñadores.
    Todas las cartas de amor son ridículas cuando son falsas, no así las verdaderas porque lo esencial de las auténticas cartas de amor son las emociones y la vida es emoción o no es nada.
    Todas las cartas de amor son ridículas escribió Caeiro en un momento de desánimo o tal vez lo hizo para llamar la atención; no creo que lo pensara de verdad. Ridículas o no las cartas de amor tienen su función, sus efectos benéficos; por ejemplo esto que escribió el también poeta Joan Margarit:

    No tires las cartas de amor
    ellas no te abandonarán.
    Te cansarán los libros,
    incluso perderás la poesía,
    y las cartas de amor que habrás guardado
    serán tu última literatura.