martes, 6 de diciembre de 2022

Sinsabor

    Tenía sus dudas cuando le llegó la convocatoria pero entre que el sitio estaba cerca y tampoco quería desairar a nadie dijo que sí, que contaran con él. Llegó con tiempo, se juntarían unos treinta, casi todos jubilados, dos o o tres a punto de hacerlo. Sonrisas, apretones de mano, algún que otro abrazo, besos a las dos únicas mujeres y los intercambios habituales, cómo va la jubilación, la familia, etcétera.
    Se hicieron unas fotos de grupo a la entrada del restaurante. Luego, tarde para él que suele comer pronto, pasaron al comedor y se distribuyeron más o menos al azar. Esa colocación, confiesa, es algo que le pone nervioso, no te llevas igual con todo el mundo. La comida, la verdad, estuvo muy bien; es decir, lo que sacaron para comer. Y la charla también, no tiene queja. Sin que se dijera nada destacable, se comentan noticias de los ausentes y anécdotas del pasado, esas historias compartidas que nos confortan, no se sabe bien por qué.
    Todos contentos y todos más viejos. Los que mejor se conservan son los que ya eran calvos de antes y por tanto se han librado de eso, de la decadencia del pelo. Uno le ha dicho: estás igual, y le ha contestado: sí, igual que ayer. A una hora prudente la gente empieza a desfilar y él también se retira despidiéndose de los más próximos.
    Bien entonces, le digo. Sí, sí, confirma, pero espera que ahora viene el detalle tragicómico. Pasan unos días y el organizador le manda un enlace para acceder a las fotos que ha recopilado. No es que le haga mucha ilusión verlas pero bueno. Las visualiza, fotos sentados en torno a la mesa, otras de pie, sonrientes, abrazados por los hombros. Las va pasando y empieza a sospechar algo, él no aparece por ningún lado, salvo en una en la que se le ve una oreja de refilón. Las termina de ver y lo confirma, solo aparece en las de grupo, una cabecita atrás a la derecha.

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