viernes, 9 de diciembre de 2022

Gatos

    Este año hay más gatos que nunca en el pueblo. Un desequilibrio, le parece; el cambio de mentalidad, la consideración hacia los animales que antes no existía. Antes una camada de gatos se eliminaba sin más. Una salvajada, probablemente. Ahora no, pobres gatos. Sospecha que el vecino les da de comer. Hambre no pasan, se les ve sanos; son salvajes merodeadores que viven a su aire, se imagina. Una vez sorprendió a uno acomodado en una silla del porche. Con frecuencia cruzan por el jardín como quien coge un atajo. Son hermosos, eso concedido; y ágiles, ha visto a uno encaramarse a una pared de dos metros; pero desconfía de ellos, de sus lealtades; sospecha que tienen parásitos, que les huele el aliento. La verdad, prefiere mantenerse al margen de su mundo.
        Un día al aparcar delante de casa el vecino se acerca señalando algo junto al coche. Es un gato, una cría; echado, herido, no puede moverse. “No lo habré atropellado yo”, le dice al vecino. Este le asegura que no, que ya estaba allí. “No quiero ni mirar” dice el vecino y se va. El gato apenas alza la cabeza, se adivina una mancha de sangre en el asfalto. Si el vecino, amante de los gatos, considera que no es su responsabilidad; tampoco es la mía, piensa. Además, qué puede hacer con un gato callejero atropellado. Porque supone que alguien lo ha atropellado, quizá él mismo; antes, al salir. Hay muchos gatos y no todas las crías llegan a adultos, seguramente las menos. Se mete en casa. Se olvida del gato. O no.
    A la mañana siguiente, mientras acomete las rutinas del día, desea con fervor que el gato ya no esté, que se haya ido, que siga vivo, o si no que se haya muerto bien lejos. Cuando sale lo primero que ve es otro gato adulto que al verle se mete debajo del coche. El gatito sigue allí, está muerto. De alguna forma el otro gato lo estaba velando. Sí, claro que le da pena pero la vida es así y más la de los gatos. Tiene que afrontarlo, deshacerse de él antes de que se convierta en un despojo desagradable. El cuerpo está boca abajo y despatarrado. Busca un trapo viejo y lo cubre con él. Luego, valiéndose del trapo, coge al gato por el cuello y lo mete en una bolsa. Está rígido, como era previsible. No ha sido tan difícil, piensa mientras camina hacia los contenedores.

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