domingo, 27 de noviembre de 2022

Aprendiz de brujo

    Una profesión con ventajas, me parece, es la de psicoanalista. Me baso en los que he visto en las películas, como la doctora Melfi, la psiquiatra de Tony Soprano; salvando que tal vez sean pacientes como ese, algo psicópatas, el único inconveniente de dedicarse a ello. Pero son los menos, la mayoría son locos normales, como tú o como yo, inofensivos en principio.
    Ya comprendo que debe de haber un largo camino hasta esa consulta con las paredes revestidas de madera, el diván y los sillones tapizados en cuero, la estantería repleta de libros y las luces tenues indirectas, pero ese no es el tema de este escrito. Mi idea es que una vez instalados en esos sillones no son imprescindibles ni la preparación académica ni la experiencia previa.
    En la práctica los requisitos para ejercer de psicoanalista serían básicamente dos, saber escuchar y tener dos dedos de frente; la pipa es opcional. Cumplir esos dos requisitos tampoco es tan sencillo. Oír es fácil, e inevitable si no eres sordo, escuchar no tanto. Una cita conocida: lo contrario de hablar no es escuchar, lo contrario de hablar es esperar. Lo dijo Fran Lebowitz; exagerando un poco, la gente habla y luego espera hasta poder hablar de nuevo, nadie escucha.
    Bueno, sí, alguien escucha, el buen psicoanalista, que escucha y apenas habla, ese es el truco, los silencios largos y los comentarios puntuales hechos con un mínimo de sentido común para tirar del hilo o para demostrar que sigues atento y no te has dormido. Me estoy metiendo en el papel. Lo bueno es que no tienes que dar respuestas, solo carrete al paciente para que saque sus propias conclusiones. Prisa no hay, las sesiones pueden prolongarse durante años, y esa es la primera ventaja porque todos los testimonios coinciden en que las tarifas habituales son altas, incluso extravagantes.
    La otra gran ventaja son las historias, los secretos que se cuentan, pura literatura oral. Como toda literatura esas historias pueden ser instructivas y entretenidas, mostrar otras vidas y otros puntos de vista. El beneficio es mutuo. Lo que quiere la gente, lo que queremos y no solemos conseguir en la vida ordinaria, es contarlo todo y quitarnos un peso de encima. Volvemos a Fran Lebowitz, lo que quiere la gente es hablar. Si nadie está dispuesto a escuchar que menos que cobrar algo a cambio. Salvo a los amigos, claro.

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