jueves, 3 de noviembre de 2022

Del autoengaño explicado a los niños

    Es difícil explicárselo; no solo eso, el autoengaño, sino casi cualquier cosa referente a las ilusiones o desilusiones de los mayores. Tal vez porque es lo natural, verlo todo diáfano de niño y luego poco a poco desengañarse. Autoengaño, desengaño. Te estás autoengañando, desengáñate. Los juegos de palabras, un peligro.
    Imaginando a Álvaro, siete años, sorprendido por la posibilidad de que alguien pueda engañarse a sí mismo me he acordado de mi propio desconcierto una vez cuando era cinco o seis años mayor que él ahora. Téngase en cuenta que entonces todo iba más despacio y la inocencia duraba bastante más. Estábamos en clase en un tiempo muerto y alguien preguntó en qué consistía la actividad de las prostitutas. O igual dijo putas, no me acuerdo, en todo caso se habló de ellas con respeto, me parece. Otro compañero, más informado y visto con perspectiva más maduro, le contestó que una prostituta lo que hacía era vender amor.
    No sé hasta qué punto sabía yo algo del tema, creo que los elementos básicos los conocía. La definición me pareció incongruente. Mi argumento en contra fue preguntar si es que el amor se vendía a peso, si es que iba alguien a donde una prostituta y le preguntaba a cuanto estaba el kilo de amor. En mi opinión el amor era algo abstracto que no se podía vender.
    Con el tiempo fui dándome cuenta de que lo de vender amor es una forma elegante de decirlo e incluso puede que sea la verdad última que subyace detrás del crudo comercio sexual. Qué tiene esto que ver con el autoengaño, nada, o solo eso, que Álvaro entenderá perfectamente en pocos años que engañarnos a nosotros mismos es nuestro deporte favorito, algo que practicamos como mecanismo de supervivencia y que suele ser inconsciente, porque cuando es consciente volvemos a la casilla de salida y nos parece, como a Álvaro, la cosa más tonta del mundo.

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