miércoles, 5 de octubre de 2022

En el jardín

    La mujer ha salido al jardín y arrastrado una tumbona hasta situarla a la sombra del árbol más frondoso, y casi único, que le han dicho que es un arce. Hace años había allí un sauce llorón, tan reconocible por su peculiar fisonomía que nos recuerda que los árboles también lloran y, en aquel caso, que también mueren aunque ella no se acuerda bien cómo fue aquella muerte vegetal. El arce de ahora, sin la estética decadente del otro, da una sombra estupenda.
    La semana anterior ha hecho un tiempo bastante ful pero hoy, a primeros de octubre, ha quedado un día de verano tardío. A la sombra del arce no hace ni frío ni calor. Ha abierto su libro y se ha puesto a leer pero en seguida lo apoya en el regazo y levanta la vista. Calma sorprendente, no es lo habitual. La mujer se concentra en escuchar. Sabe que el silencio nunca es absoluto y lo confirma con algún trino lejano y, ahora que se fija, con un leve rumor de hojas. Alza la mirada y contempla el balanceo de algunas ramas.
    Es una delicia estar en el jardín un día como hoy. Echa una mirada a su alrededor. Ve al otro lado el ciruelo japonés que lleva varios años sin dar fruto, por qué será, se estará secando, no sabe. Más cerca, en el centro del jardín está el macizo de las dalias rodeado de pétalos caídos y pleno de flores en su apogeo. Si te fijas verás que hay además abundantes yemas en diversos grados de floración. Durante todo el verano abejas y abejorros han rondado felices al calor del sol este macizo de dalias. Una hormiga alada se ha posado en el dorso de su mano. Insectos tiene que haber en un jardín, por pequeño que sea. Arañas, piensa, aquí las hay aunque no se vean, sus hilos se renuevan a diario por todos los rincones.
    Otros animales más grandes, gatos, se cuelan de vez en cuando. Sigilosos en su avance se paran de pronto al percibir la presencia humana y luego escapan por cualquier rendija, dejando claro que se van porque quieren, no porque nos tengan miedo. Y los pájaros, auténticos dueños del jardín. Al atardecer forman en el arce una tertulia multitudinaria y escandalosa hasta que algún sonido provoca su estampida acompañada por un batir unísono de alas que semeja el redoble de un tambor. Al evocarlo la mujer esboza una sonrisa. Luego suspira, toma de nuevo el libro en sus manos y reanuda la lectura.

No hay comentarios: