domingo, 16 de octubre de 2022

Sobre la experiencia

    “Me es inverosímil”, dijo alguien (un testigo protegido) queriendo decir indiferente, un desliz. Inverosímil no es sinónimo de imposible. Veo perfectamente posible pasar por la vida sin mancharse los zapatos y morir completamente inexperto. Estoy siendo vehemente. Para mi futuro diccionario secreto; vehemente, que usa en exceso adverbios acabados en mente. No es lo habitual, ese mirlo blanco que es impermeable a la experiencia. Lo corriente es nacer inocente y poco a poco ir escarmentando.
    La juventud está sobrevalorada. Ser joven es valioso de un modo indirecto, por los futuros logros hipotéticos, no porque sea un valor en sí. Mientras uno es joven se mueve por la vida con poca información (porque acaba de llegar). Para espíritus sensibles la juventud puede resultar estéril, angustiosa, difícil.
    La experiencia también está sobrevalorada; se sobrentiende como algo siempre positivo, y ese es el error. El ciudadano medio pasa de joven a adulto sin ningún esfuerzo por su parte, salvo el que pueda suponer comer y dormir, y en ese trayecto crece su experiencia, según los casos, según la aptitud y la actitud.
    La cuestión es cómo se digiere lo vivido, cómo vamos asimilando la existencia; porque con la experiencia pasa como con el colesterol, la hay buena y la hay mala (recordatorio, HDL es el colesterol bueno, LDL, el malo). La experiencia buena se da por supuesta en demasiadas ocasiones y muy a menudo se sobrevalora, ya que por poco que valores algo que no existe siempre lo estarás sobrevalorando. Cuando de verdad la hay (experiencia de la buena) mirarse en ella es un regalo que debemos aprovechar. Por desgracia es más frecuente, pan de todos los días, que nos hagamos mayores acumulando una gran mala experiencia, una experiencia que nos haga desconfiados y egoístas, una experiencia obtenida a base de malas digestiones de la vida.


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