viernes, 28 de octubre de 2022

Escribe, que algo queda

    Cada vez estoy más convencido de que el que escribe esto no soy yo sino otro más listo, más divertido, más sociable y seguramente más alto que yo. Pero claro, de alguna forma también tengo que ser yo porque son mis dedos los que teclean. Debe de ser que estoy suplantando a alguien o me lo estoy inventando o es él quien toma el control y no lo puedo evitar. Escribir es despertar a ese otro yo que se esconde en nuestro interior. O es hacer frases.
    Todo lo bueno que se pueda decir de escribir me parece bien, estoy de acuerdo. Es aclararse, es hacer terapia, es conocerse, es confesar; es ser honesto, porque no hay cosa más tonta que engañarse a uno mismo. También es traicionarse porque los pensamientos y los sentimientos no están hechos de palabras; son una sucesión de imágenes y sensaciones, un caudal imposible de encauzar por escrito. La mente es un tren de alta velocidad y la escritura hace lo que puede persiguiéndolo. Las palabras son el gran invento humano y la mejor forma conocida de comunicarse pero por muchas que haya no son suficientes, hacen falta más.
    Escribir es como pintar un retrato; unas veces el parecido es sorprendente, otras ni en el blanco del ojo y de vez en cuando, con suerte, el cuadro supera al original. La escritura se realimenta y cada línea escrita sugiere nuevas ideas, por eso a veces escribir es como abrirse paso con un machete en la jungla sin saber muy bien si vas hacia el río o hacia la montaña. Me atrevo a decir, ahora que he entrado en calor, que en realidad para escribir solo hay un requisito imprescindible. Lo he mencionado antes de pasada: la honestidad­, solo eso; si se cumple lo escrito es siempre válido. Además, escribir es barato y no requiere ninguna titulación.

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