sábado, 22 de octubre de 2022

Annie y Marguerite

    Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”, qué buena primera frase esta de Marguerite Duras. El libro es “El amante”. Hay película y Jane March sale tan guapa como debía de ser Duras entonces, antes de que fuera demasiado tarde. Solo tenía quince años, o quince años y medio, puntualiza. Me refiero a la protagonista de la novela, personaje de ficción, si bien se supone que el modelo original sigue siendo la autora.
    Tan autobiográfica o más que Duras es Ernaux, Annie de nombre, la última premio Nobel de Literatura. He leído poco a Ernaux y menos aún a Duras, pero las he leído, qué caramba. Eso sí, con el aprovechamiento habitual, poco, pequeño. Ernaux y Duras, dos nombres que no son los suyos de nacimiento. Sus apellidos familiares eran Duchesne y Donnadieu, bien válidos, me parece.
    En su brillante primera frase Duras se refiere a la belleza física, explica que ya a los dieciocho su rasgos se asentaron en una fisonomía atemporal que le duraría durante décadas, un rostro no desagradable pero tampoco estrictamente bello, un rostro que recuerda a los gnomos de los cuentos. Ernaux es poseedora de una belleza más estándar, de un desarrollo un tanto tardío, pienso, justo al revés que Duras, con una fase casi de patito feo durante la adolescencia desgarbada que evolucionó luego hacia una belleza de rasgos nórdicos, belleza que aún hoy, a los 82 años, asoma en las fotos y no poca de la cual se debe la serenidad que transmite.
    En lo literario Duras me parece más descarnada, críptica, salvaje y fantástica; Ernaux más reflexiva, clara, caritativa y sincera. Explica Ernaux en uno de sus libros que cuando escribe no es del todo consciente de que la leerán y su intimidad quedará al descubierto; y el caso es que queda. Me imagino a sus hijos, por ejemplo, pidiéndole encarecidamente que ni los mencione en sus novelas.

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