lunes, 12 de julio de 2021

En la terraza

    Me he encontrado a J. al pedir el café (vive al lado). Hablamos un momento y luego me dirijo con el café y el periódico a la terraza de la parte trasera. No hay nadie todavía, las mesas están debidamente separadas y con los rastros de humedad de haber pasado la bayeta.
    Estoy ya enfrascado en la lectura cuando notó alguien cerca, es un joven africano que con mucho tacto me pide algo de dinero. Le hago un gesto negativo y se aleja. Me pregunto si no debería haberle dado algo, aunque solo me quedan dos monedas en el bolsillo, un euro y medio.
    Se van ocupando las mesas. En la más lejana se ha sentado una chica que le habla a un perro que no llego a ver. Llega una cuadrilla, sobre los cuarenta años, calculo, hablando alto. Da la impresión de que llevan ya tiempo “alternando”. Para encontrar un bar abierto, lo que cuesta, hay que estudiar, dice uno. Otro: diecisiete coches he tenido, me canso y cambio, por este pagué seis mil euros, una máquina; mi hermano ha tenido cien (vaya con el hermano), compra y vende, pero muchas veces perdiendo dinero (suele pasar, poca cabeza, pienso).
    Vuelve el mismo chico de antes pidiendo. Uno del grupo empieza a explicar que ya le daría pero esto y lo otro, dirigiéndose más a sus amigos que al que pide. El joven negro enseña la mano abierta con algunas monedas y otro del grupo dice con gran alborozo: si tienes más dinero que yo, si a mí solo me quedan tres pavos, me podías invitar tú a mí a desayunar. Siguen hablando en voz alta, vocingleros. Intento concentrarme en el periódico y empiezo a pensar que he tenido mala suerte pero a una de estas me doy cuenta de que ya no están.
    Un hombre maduro se ha sentado en la mesa de al lado. Habla con el camarero del calor que se anuncia por el sur y este responde que justo vino ayer de por allí. Sale del bar uno comiendo un pincho y el de la mesa le dice que cuidado con los dedos. ¿Los dedos?; sí, no te los vayas a morder. Aparecen varios más que se quedan de pie o en algún taburete que hay junto a la puerta. El cachazudo hace más chistes, con sorna.
    Llega otro con aires dando palmadas en la espalda y estrechando manos. Al cachazudo no lo saluda, se me hace raro; este calla. Al rato el de los aires se va, perdiéndose a mi espalda, pero de pronto oigo su voz: José Luis, ven un momento; así, como mandando. José Luis va obediente. Espero algún comentario malévolo, pero nadie dice nada.
    Otro lapso de lectura y cuando vuelvo a levantar la cabeza se han ido todos. Llegan dos niños, niño y niña, jugando por la acera. Detrás la abuela (parece la abuela), ocupan una mesa. En la mesa adyacente a la mía se sienta uno con su café y se pone a fumar. Aunque lo tengo a unos cuatro metros me molesta el humo. Por suerte se va en seguida.
    Sigo ojeando la prensa hasta que se oye una voz cantarina: tengo bordados portugueses, tobilleras. Es un hombre, aunque dudo, por la voz tan melosa. Lleva dobladas sobre el antebrazo algunas muestras, no las veo bien. Hace otro intento de ensalzar sus tobilleras pero nadie le atiende y se va. Estoy terminando de ojear el periódico, dan las doce, se está bien aquí en la terraza.

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