lunes, 15 de enero de 2024

Memoria de libro

    Escribió Amos Oz, en su novela autobiográfica Una historia de amor y oscuridad, que de niño no quería ser escritor sino libro; razonaba que un escritor muere y desaparece como cualquiera, en cambio un libro perdura, aunque sea en un rincón olvidado de alguna librería.
    Desde ese punto de vista, el de la supervivencia, un libro es superior a un ser humano —admitido— pero no tanto; sigue siendo un objeto frágil, que acabará sucumbiendo al paso del tiempo. Pero hay otra cualidad que poseen los libros tan digna o más de ser envidiada que esa de la perdurabilidad; me refiero a la memoria.
    Mientras exista, un libro posee la memoria total de lo que contiene. Lo escrito en cada renglón de cada página se mantendrá íntegro hasta el final. Un final que —insisto— llegará algún día; como es lógico, sano y natural. Ser inmortal debe de ser una de las penas —si no la única— que acarrea ir al infierno. Para mí quisiera esa memoria del libro que estoy muy lejos de poseer.
    Pensando en ello me he dado cuenta de que es en este tema de la memoria en el que debo de estar más alejado de Borges. Más alejado, digo, porque en todo lo demás también estoy lejos, claro. Al parecer Borges tenía una memoria excepcional, era capaz de evocar líneas o poemas completos de casi cualquier autor de mérito, fuese este contemporáneo o de siglos pasados. Muchas veces, además, en su idioma original. Por mi parte he desarrollado la habilidad de una vez leído un libro olvidarlo completamente en el plazo de unos pocos meses. 
Lo único que suele quedar es una difusa impresión de si la lectura resultó agradable o no.

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