viernes, 12 de enero de 2024

Maneras de sentir

    La naturaleza humana, ese misterio. Nunca acabaremos de conocernos a nosotros mismos, y mucho menos a los demás. La verdad es que no aspiramos a que nadie nos conozca a fondo. A lo que aspiramos es a que nos consideren grandes personas, aunque sepamos de sobra que no lo somos (del todo). O que no lo somos en absoluto, según casos. Me estoy desviando.
    Estar vivo tiene el aliciente de estar vivo. Esto debe de ser una tautología (no estoy seguro). El principal síntoma de estar vivo, de vitalidad, es sentir. Sentir lo que sea pero sentir. Quien no siente empieza a sospechar que está muerto. La cruda realidad es aún peor, lo que está es aburrido.
    El ser humano no soporta el aburrimiento. Prefiere cualquier cosa antes que aburrirse. Prefiere una pelea —prefiere incluso el segundo premio en una pelea— antes que estarse quieto mirando la puesta del sol (salvo poetas y espíritus sensibles). Prefiere, de hecho, la guerra antes que el tedio intolerable de una larga paz sin incidentes fronterizos. Se han dado casos.
    Lo mismo pasa en otras facetas de la existencia. Lo contaba A.. Después de separarse y pasarlas canutas a cuenta de los abogados (según él por la tirria que le tenía su exmujer) se apuntó a una de esas aplicaciones para ligar. Funcionan, decía, y la razón, explicaba, es que la gente está deseando sentir algo. Está deseando experimentar el vértigo y el riesgo de lo desconocido, vivir nuevas emociones para poder luego contarlas; está deseando incluso enamorarse (en casos extremos). La gente quiere que pase algo, lo que sea, con tal de escapar del aburrimiento, de la rutina, de una tarde más frente al televisor. También, es cierto, de la soledad. Y les entiendo. A los de la guerra no.

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