miércoles, 11 de mayo de 2022

Deseando amar

    Pocos se acuerdan hoy de Somerset Maugham a pesar de que en su momento fue el número uno. Esta es una de sus citas: La gran tragedia de la vida no es morir, sino dejar de amar.
    Es el tipo de frase que dicha por Megan Maxwell te da vergüenza ajena, pero –mira– la dijo Maugham y la dijo en serio. Lo piensas y te dices, seguramente tiene toda la razón, aunque le encuentras una pega, o varias porque eres un quisquilloso. Te preguntas si lo que quiso decir es que la tragedia es ineludible, que tarde o temprano se deja de amar por más que uno se empeñe en evitarlo; porque amar no depende del todo de la voluntad, o no depende nada, ya que el amor es así, como llega se va, sin avisar; o por el contrario hay casos en los que la tragedia no se llega a manifestar debido a que hay gente, sin duda privilegiada, que nunca deja de amar, que solo deja de amar con la muerte y, por tanto, al producirse al mismo tiempo ambos hechos, dejar de amar y morirse, la tragedia queda atrapada en ese instante del tránsito de la vida al más allá o de la vida a la nada –según opiniones– y tal vez en esos casos se muere uno feliz o en paz o resignado o se muere sin más sin darse cuenta de nada.
    Sea como sea, se consuma o no la puñetera tragedia, al leer la cita de Somerset Maugham –William de nombre– lo primero que he pensado ha sido que para dejar de amar antes hay que haber amado; y, saltándonos la explicación de en qué consiste el amor exactamente, amar no parece tan sencillo y la eventualidad de no haber amado es más que posible; así que si no has llegado a amar, a amar no sé a quién, a la familia, a los amigos, a la vida misma o acaso eso no es suficiente y hay que amar a Julieta, a Isolda, a Ofelia o a Olivia; si–como digo– no has llegado a amar te quedas sin la opción de dejar de amar, ya no puedes comparar y, si no lo remedias, mueres tan ignorante como nacis
te.

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