viernes, 12 de febrero de 2021

La conciencia y la carne

Supongo que viene de antes, algo así no surge de la noche a la mañana; de hecho recuerdo algunos episodios de la adolescencia que ahora me parecen premonitorios. Aquella propensión latente se concretó durante el confinamiento; el primero, el de verdad, el de no salir de casa para nada. La presión psicológica del encierro influiría, sin duda. Una tarde estaba mirando por la ventana la calle vacía cuando de pronto, en una especie de proyección mental, me encontré paseando por la acera. Una evasión inocente, pensé. En días posteriores se repitió la experiencia con paseos y meditaciones que se me antojaban especialmente lúcidas. Me parecía alcanzar una plenitud desprendida del lastre de lo material. Quiero aclarar que no eran sueños, estaba despierto y bien despierto. Empecé a darle vueltas. ¿Qué era aquello?, ¿un desdoblamiento del cuerpo y la mente? No sé nada de viajes astrales o similares, solo cuento lo que me ha pasado. “La conciencia uncida a la carne” es un libro de Susan Sontag, sus diarios. No lo he leído, pero el título me sirve. La conciencia uncida a la carne es una buena descripción de lo que somos, se intuye lo incómodo de la situación; la conciencia quisiera liberarse de ese yugo. La mía estaba haciendo buenos progresos, y sin necesidad de ninguna sustancia extraña (salvo que fuera cosa del virus, también lo pensé). Pero era demasiado bonito; si la mente viaja libre y etérea, el cuerpo debería pagar algún precio. Es como la euforia del alcohol y la resaca posterior, para entendernos. Y así fue pasando, después de cada uno de esos estados, no sé como calificarlos, soñadores, iluminados, empecé a experimentar una exacerbación de la percepción física, una sobredosis de realidad. Sentía mi corporalidad de manera abrumadora, me pesaba el cuerpo, los sonidos eran estridentes, los olores nauseabundos. Han pasado unos meses y sigo subido a esa montaña rusa. Desde hace unos días, alterno estados mentales de sutil inspiración con otros terrenales en los que vivo pendiente de la mandíbula, del juego de la mandíbula, con la lengua vigilante para evitar que se cierre y me rechinen los dientes. La conciencia y la carne, cada una por su lado. Así estamos.


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