viernes, 4 de octubre de 2019

La moneda en el aire

A últimos de julio fuimos de vacaciones a un hotel de la costa. Nuestra hija E. cumpliría dos años en unos días. El uno de agosto llegaron de golpe un montón de nuevos veraneantes. A la hora de cenar se formó un auténtico tumulto a la puerta del comedor, la gente parecía temer que la comida se agotara. Capeando el temporal como pudimos entré al buffet con E. sentada sobre mis hombros. Al rato, nos dimos cuenta de que en el barullo la niña había perdido su chupete. El desconsuelo y los lloros no cesaban. Al final, decidimos salir en busca de una farmacia. La cálida noche, la gente de fiesta y nosotros con nuestra hija llorosa. Pronto encontramos una y pudimos comprar otro chupete. Al cabo de unos días, a media tarde sentimos una calma inusual en el hotel. Nos asomamos al balcón que daba a la piscina y no había nadie en el agua. Cuando bajamos alguien nos dijo que se había ahogado un niño. No vimos nada fuera de lo común, ningún sanitario o alguien llorando, ninguna nota en el tablón de anuncios. Solo la piscina cerrada con la cadena que ponían a diario al acabar el horario de baño. Eso y un silencio mayor de lo habitual. La playa contigua parecía otro mundo, ajeno a cualquier desgracia. A la noche no hubo el baile de costumbre, solo el bar abierto y gente tomando algo en las mesas. Y charlando. El día siguiente a primera hora ya estaban las toallas reservando las tumbonas en torno a la piscina. A las once algunos clientes hacían acuagym siguiendo las animosos indicaciones de un monitor. Ayer se ahogó un niño en la piscina, comentó alguien en voz baja.

No hay comentarios: