viernes, 20 de diciembre de 2019

Bonjour Tristesse

Nunca me ha cuadrado que en el evangelio Jesús se mosqueara en el templo y arremetiera contra aquellos comerciantes. La ira divina, dicen, pero al fin y al cabo solo se estaban ganando el pan cambiando moneda y vendiendo ganado a precio de mercado. ¿Tan fácil se faltaba entonces al respeto a Dios? La verdad, me vienen a la cabeza muchas situaciones en las que vería más disculpable una reacción airada. No sé si hay algún otro pasaje de ese cariz en el Nuevo Testamento. Como contrapartida dicen que hay tres momentos en los que Jesús llora. Eso sí lo puedo entender. Las mentalidades cambian, las opiniones son de todos los colores (recuerda que hay tantas como culos) y dos mil años después la ira sigue teniendo partidarios. ¿No es un disparate? Enfadarse es humano, pero no es práctico, no resuelve nada. Enfadarse es volver a la infancia, ser niño otra vez y recurrir a la pataleta. Algunos parece que mantendrán ese espíritu hasta la misma hora de la muerte. Espero que no me pase. He creído ver en mí una (lenta) evolución. Ante los dramas de la vida cada vez siento menos ira y más tristeza. Reivindico la tristeza como un refugio para el alma. La pacífica, compasiva, solidaria tristeza que me acompaña cada día (y a la que saludo al despertarme, bonjour tristesse). Tanto derecho tenemos a buscar la felicidad como a refugiarnos en la tristeza. Quiero despojar a la ira de su disfraz de santa, cubrir con él a la tristeza y nombrarla sagrada. Que sea la tristeza sagrada y no la ira ni el deseo de venganza la que nos guíe. Ante la crueldad del mundo me propongo contar hasta diez antes de nada, guardar un minuto de silencio, acogerme a sagrado, a la sagrada tristeza.

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