miércoles, 4 de diciembre de 2019

Michel y Virginia

Montaigne, mon amour, precursor del autoexamen y del arte de andarse por las ramas. Si te gustó “Michel y los indios tupinambá”, te encantará “Michel y el monólogo interior”. Todo empezó con el accidente ecuestre, cuando Asuntos Internos le encargó un informe. Se le fue de las manos. Cada monólogo vital empieza en el útero, con los primeros chispazos de consciencia transmitiendo en morse: “floto”. Y seguiría Descartes racional: “Floto, siento, pienso, existo, muero”, en presente de indicativo, el tiempo favorito de la conciencia, tuya, mía y de Michel, y de Virginia. Vadeo el río de mi conciencia y sueño con rescatar a Virginia que se nos ahoga en el suyo con piedras en los bolsillos. Yo decía “Virjinia” hasta toparme con Virginia (virllinia), la segunda del tándem Masters y Johnson. Toparme y enamorarme de su voz, serena, más grave que aguda, que se hace ronca al susurrar. Una voz llena de calma y buen juicio, con una cadencia armoniosa que me convence con sus inflexiones más que con sus razones. En realidad, me he informado, esa Virginia es tres mujeres a la vez. El físico es de Lizzy, la personalidad de Johnson y la voz de María, actriz de doblaje. Cada vez que la escucho salto con una sonrisa, ¡Virginia! La otra Virginia, Woolf, leyó a Montaigne y se vio a sí misma. Si aquel hablaba de su gata, Woolf escribió de Flush, un perro spaniel. Si Montaigne se perdía por el delta del Nilo en sus divagaciones, Virginia llevaba el caudal del Mississippi en su flujo de conciencia. Trenzamos el monólogo interior y algunos, debidamente motivados, lo han transcrito. Si el señor Williams les puso una raqueta en la mano a sus hijas Venus y Serena a los cuatro años, Virginia a los cinco le contaba un cuento cada noche a su padre y Pierre quiso que el latín fuera la lengua natural de su hijo Michel. Este avisó a Virginia que Tasso, el poeta, se arrebató con la épica y se volvió loco. Michel le dijo, Virginia, aprende de Tasso, no seas tan intensa, suspende el juicio o acabarás ahogándote en tu río Mississippi. O eso pienso que le podría haber dicho, aunque no lo sé.

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