lunes, 5 de agosto de 2019

Dádiva ecuménica

Estaba de pie en la última fila de la sinagoga y se acercó por el pasillo central la mujer que estaba pasando el cepillo. Repaso la grabación en mi cerebro y recuerdo así mis pensamientos del momento. La sinagoga tenía todo el aire de una pequeña iglesia. La mujer iba de gris pero bastante moderna, casi chic. No sabía que se pasara el cepillo en estos sitios (pero lo ignoro casi todo de sus ritos). Pensé que la mujer, y todos los demás, se daban perfecta cuenta de que yo no era judío. Estaba allí por curiosidad y al acercarse la cesta de las limosnas sentí que debía dar algo. Era una forma de decir "no soy judío, está claro, pero respeto a los judíos y sus tradiciones y ya que estoy aquí como usuario (puntual) de la sinagoga quiero hacer una pequeña aportación para su mantenimiento". Eché mano al bolsillo y encontré una moneda de dos euros. Me pareció una cantidad adecuada, aunque al instante dudé y rebusqué a ver que otras monedas tenía. Pero no tenía nada más, así que me reafirmé en la conveniencia de dejar esa moneda de dos euros en el cestillo. Me pareció que estaba contribuyendo, aunque fuera modestamente, a la convivencia entre seres humanos. Voy a depositar la moneda y veo que en la cesta hay varios receptáculos cilíndricos cada uno con una abertura circular de distinto tamaño. Obviamente cada agujero es del tamaño de una de las monedas de curso legal. Los hay de dos euros, de uno, de cincuenta céntimos... Al  hacer el recuento en la "sacristía" (quiero decir en su equivalente judío) ya está hecha la separación previa de las monedas por su valor. No sé si atribuir el sistema a la laboriosidad del pueblo judío o es una ocurrencia poco práctica sin más. Tanteo con mi moneda y de primeras no cabe, debe ser el agujero para los euros. Con una sonrisa rectifico y la introduzco en el cilindro correcto. La mujer mantiene una expresión neutra y serena.

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