sábado, 22 de mayo de 2021

Formas de estar

    “Observador atónito de la realidad”. Esta es la frase destacada en el periódico que resume, en sus propias palabras, la actitud ante la vida de Caballero Bonald (no he leído nada suyo). Es la línea a seguir, desde luego. A mí la palabra que me ronda hace un tiempo es “asombro”; y de “asombro”, “asombrado”. “Asombrado” tiene el inconveniente de recordar a “sombra” y a “sombrero”; aún así me gusta más que “atónito”, que me parece un término algo estirado.
    Me gusta la frase, observador atónito de la realidad, pero no acabo de poder asumirla, no me quedo tranquilo (y en esencia son solo tres palabras, es complicado). Ya me he decantado por “asombrado” en lugar de “atónito”, pero tampoco me caso ni con “observador”, ni con “realidad”.
    No me veo en “observador” porque me temo que no lo soy lo suficiente. Tengo varias experiencias en las que se me iluminaba a posteriori sobre hechos y circunstancias que había pasado por alto y que habían sucedido delante de mis narices, como quien dice. Como atenuante puedo decir que siempre he necesitado gafas, aunque admito que no es excusa, la carencia va más allá de lo físico. Así que cambio “observador” por “testigo”. Testigo soy, bueno o malo; testigo que abarca poco, que presencia una parte mínima, insignificante, del acontecer del mundo.
    Del mundo digo, no de la realidad; porque tampoco estoy a gusto con “realidad”, ¿hay algo más huidizo que esa presunta realidad?. La realidad es más escurridiza que el lechón ensebado de las fiestas del pueblo (de un estereotipo de pueblo). La realidad solo existe como ideal filosófico.
    Mi postura en la vida, adaptación de la que le atribuye el periódico a Caballero Bonald, sería esta: Testigo asombrado en el mundo. Con ese matiz, no “del mundo”, sino “en el mundo”. Si ampliamos, si detallamos la frase, el efecto se diluye: Soy un testigo no muy fiable, con voluntad de asombrarse, eso sí, en un rincón del mundo donde nunca pasa nada. Podría ser.

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