Los
hombres duros no bailan. Yo tampoco, pero no por duro sino por torpe.
Decía uno de por aquí que estaba una vez en Cuba bailando feliz,
creyéndose el rey de la salsa, y un cubano guasón le dijo, “quítate
la escayola, chico”. Así bailo yo, como si estuviese escayolado.
Los
hombres duros, los que con un día sin afeitar les basta para poder
encender una cerilla en la mandíbula, aparentan que el cariño les
da igual, que no necesitan que nadie les quiera. Tampoco soy ese tipo
de hombre duro. Gabriel García Márquez dijo que él escribía para
que le quisieran. Por
ahí
ya nos vamos identificando.
El
amor no sé lo que es, pero lo que sí sé es que las historias de
amor suceden. Una muy literaria es la de Tess Gallagher y Raymond
Carver; los
dos escritores, poetas. Raymond estaba predestinado por su apellido;
“carver” significa “tallador”, tallador de cuentos y de
poemas.
Los
primeros cuarenta años, redondeando, de Carver tuvieron sobre todo
desgracias; alcoholismo y conflictos familiares sin fin. El
alcoholismo, por cierto, qué plaga; líbranos Señor del
alcoholismo, no es broma. Poco después de apostar por la sobriedad
(Carver) conoció en un congreso de escritores a Tess. Esta ha dicho,
y es una de las declaraciones de amor más bonitas que he
oído,
que cuando le conoció sintió como si toda su vida hasta entonces
hubiera sido solo un ensayo antes de encontrarse con él.
Estuvieron
doce años juntos, hasta que Raymond murió de cáncer de pulmón (de
fumar no había dejado). En su lápida Tess decidió poner el último
poema (o uno de los últimos) que escribió Raymond, este:
Fragmento
tardío
¿Y, aún así, obtuviste
lo
que querías de esta vida?
Lo
hice.
¿Y
qué es lo que querías?
Poder
llamarme amado,
sentirme
amado sobre la tierra.
Ser amado, beloved, y amar en consecuencia. O viceversa: amar y en consecuencia ser amado. Por mi parte, lo firmo. En cuanto a qué es el amor, ni idea.
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