jueves, 23 de diciembre de 2021

Sol y sombra

    Cruzo la pasarela sobre la ría y me sorprende ver una franja de sombra en la fachada de la universidad. En días despejados como hoy esa fachada, orientada hacia el sur, ha estado recibiendo la luz del sol, sin obstáculos de por medio, durante los últimos cien años, por lo menos. La franja de sombra, que me da frío con solo verla, se debe a la torre de la Corporación. La torre está bien separada de la universidad, no menos de 300 metros, calculo, pero estos días de diciembre el Sol está bajo en el horizonte (preguntado un transeunte en la tele diría que está superbajo) y la torre proyecta lejos su sombra ominosa y opresiva. Ese sol rasante engaña y aparenta estar no mucho más allá de esas montañas sobre las que se asoma. Para explicarme a mí mismo la situación visualizo la Tierra girando muy escorada, poniéndonos a los pobres homúnculos en riesgo de despeño al vacío sideral.
    De pronto comprendo por qué los antiguos (y algunos modernos) han considerado que el Sol es un dios. Tal creencia es lo más natural, a falta de más información. El Sol nos da la vida, o nos la mantiene, nos da la luz y no se le puede mirar directamente porque si lo haces te deja ciego, lo que sería la demostración práctica de su naturaleza divina.
    Hasta ahora lo sabía como un dato: dios egipcio del Sol, dos letras, Ra; o con los antiguos griegos Helios o Inti entre los incas. En su inocencia aquellos antepasados consideraban que esa bola de fuego era un ser muy poderoso. Ahora le veo sentido, no eran tan inocentes, porque lo del Sol no es normal. Me doy cuenta de eso y también me doy cuenta de que es tarde para darse cuenta y de que esto de darme cuenta de algo me pasa mucho de un tiempo a esta parte; lo que me hace sospechar que, en realidad, debo estar pasando por el mundo sin darme cuenta de gran cosa.

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