viernes, 10 de junio de 2022

Según el horario previsto

    En el reloj de la cocina el segundero no se mueve a saltos sino de forma continua (en apariencia). Tiene algo de hipnótico ese avance implacable. Se me hace raro que no suene el tradicional tictac, aunque ahora que lo pienso no me extrañaría que ese tictac estereotipado ya solo suene en nuestra imaginación. Por otra parte me asombra que con una simple pila de voltio y medio esa aguja (y las otras dos más despacio) gire y gire durante, no sé, un año por lo menos.
    Nos pasamos el día mirando el reloj; el reloj despertador, el de la cocina, el de pulsera, el del móvil, el del ordenador, el del coche o, en plan retro, el de la fachada del ayuntamiento o el de la torre de la iglesia. Puede que saber la hora nos dé la sensación de que tenemos el tiempo bajo control y aumente la seguridad en nosotros mismos. Así no nos hace falta pensar, el reloj nos va indicando lo que tenemos que hacer, cuando tenemos que comer o echar la siesta o salir de paseo o tomar el café o ir a trabajar o acostarnos. Es el metrónomo que nos marca el paso y nos instala confortablemente en la rutina.
    Si nos falla esa referencia, si perdemos la conexión GPS que nos confirma la hora Greenwich, reaparecen las dudas existenciales que de ordinario intentamos obviar y nos encontramos perdidos y desorientados, a la deriva en esta vida que viene a ser el turno fugaz de un tripulante más bien superfluo de la nave espacial Tierra.

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