jueves, 24 de agosto de 2023

Un joven ejecutivo

    Me ha dicho que lleva dos meses aquí y le he preguntado en qué trabaja. Que es el director de la tienda de una multinacional que vende de todo para el hogar. Rondará los treinta y cinco años y está de alquiler y bastante calvo. Ha retrasado las vacaciones a septiembre, no le parecía correcto cogerlas antes, recién llegado. Le gusta esa palabra, correcto, y la emplea como señal de que ha entendido lo que has empezado a decirle y para animarte a continuar. Alguna vez pasará que después de un “correcto”, cuando el interlocutor haya terminado su exposición, se haya visto obligado a añadir un “incorrecto”; será gracioso oírlo.
    Es festivo y comenta que la mañana se le ha ido trabajando en casa, preparando algunas reuniones con la plantilla. Reuniones motivacionales, creo que ha dicho. Me lo explica, ha venido a darle una sacudida al negocio, hay mucho que mejorar. ¿Cuántos trabajadores tenéis?, le pregunto; y me contesta, cincuenta pero para cuando me marche, en tres o cuatro años, calcula, serán ochenta. Para ello, le pregunto y lo confirma, hay que aumentar el negocio en la misma o parecida proporción. Pone un ejemplo con la sección de jardinería. Se trata de ofrecer todo el servicio posible, si dejas de hacerlo, si dejas de vender algún elemento, sean cortacéspedes o enanos para el jardín, entras en una espiral que te hace perder clientes; la pescadilla que se muerde la cola: menos género, menos clientes, menos empleados, el desastre.
    Parece que me lee el pensamiento porque cuando me estaba preguntando por su situación familiar dice que mañana viene su chica. Es una forma de decirlo, “mi chica”. Ella por su parte dirá “mi chico”. Para septiembre puede que vayan a California a hacer una ruta en moto o a Madeira, aún no sabe seguro. A él le apetece más Madeira pero a ella le hace ilusión lo otro y él está dispuesto a complacerla. Cuando se aleja, tras despedirse, me los imagino en moto levantando una gran polvareda perdiéndose por el desierto de Mojave.

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