lunes, 31 de julio de 2023

El mar de la serenidad

    Según propugnaba Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos entre los derechos inalienables del hombre (del ser humano, se supone) están el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad. Lo último me deja perplejo. La búsqueda de la felicidad como derecho solo pudo añadirlo por estética. Es como decir que tienes derecho a pensar, ¿quién podría impedírtelo? Aún bajo la peor de las tiranías se puede hacer deporte, pensar o buscar la felicidad.
    Leyendo la frase con atención se deducen dos cosas; una, que hay otros derechos inalienables —y hubiera estado bien que hubiese aclarado cuáles son— y dos, que la felicidad no es sino un estado hipotético de la mente tal vez inalcanzable, por eso se habla de buscarla no de encontrarla. En el estado normal de las cosas no se contempla que seamos felices, lo que hay son algunos ratos buenos y otros malos.
    Más razonable que buscar la felicidad, tan huidiza, sería aspirar a la serenidad. Ese sería un objetivo más realista, labrarse un estado de vida apacible, sosegado, sin turbación física o moral. Casi diría que alcanzada la serenidad la felicidad ya no importaría demasiado. Fuera como fuese tampoco vendría a cuento mencionar la serenidad en una declaración de independencia.

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