jueves, 13 de julio de 2023

Un feliz acontecimiento (1)

    Cuando nació nuestra primera hija fuimos a la clínica con demasiada antelación. Iba a poner “mi primera hija” pero me he dado cuenta de que es bastante ridículo hablar en primera persona del singular cuando no fui yo el que parió. Por suerte no nos mandaron de vuelta a casa y pudimos esperar en una habitación bajo la supervisión del personal sanitario.
    Hubo un pequeño incidente con el goteo intravenoso que le pusieron a Ana; no recuerdo qué liquido era, algo para propiciar las contracciones. A una de estas entró en la habitación una de las pocas monjas que aún quedaban en la clínica (“una monjita” se decía, si la monja no era muy alta) y tras sonreír y comentar algo intrascendente manipuló la rueda del goteo para que fuera más rápido. Nos sentimos bien atendidos.
    Al cabo de un rato pasó una enfermera y al ver las gotas cayendo a ritmo frenético se apresuró a ralentizarlo mientras murmuraba algo como “será posible”. Le explicamos lo que había pasado (y nos preguntamos qué preparación sanitaria tendría la monja).
    Ya avanzada la tarde la frecuencia e intensidad de las contracciones indicaron que el parto era inminente y trasladaron a Ana al paritorio. Como padre de la criatura me parecía que podría presenciar el nacimiento, algo que temía y anhelaba en parecida proporción. Así que iba al lado de la camilla dispuesto a entrar si nadie decía nada pero un médico, cerrándome discretamente el paso, me escudriñó un momento y me dijo que esperara allí en la zona de descanso junto a las escaleras.
    Me senté en un sofá, solo, pensando en qué me habría visto el médico en la cara; suponiendo que sería lo mismo que vio un enfermero cuando una vez en el colegio nos pusieron una vacuna y al salir me dijo que me sentara un rato con la cabeza agachada.

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