lunes, 2 de octubre de 2023

Gorda, gordo

    Hay un chiste de Woody Allen —que no es un chiste en sí sino el argumento de uno de sus cuentos— en el que un gordo adelgaza y luego cuando ya mayor está en su lecho de muerte se lamenta amargamente echando en falta aquel su ser obeso, el gordo que seguía siendo en su interior. Gordo, flaco, lo digo sin ánimo de ofender.
    La palabra gordo no pasa por su mejor momento. En el mundo, por desgracia, lo habitual es que falte de comer, y pocos gordos verás en Etiopía, pero en nuestra sociedad privilegiada se da la gran paradoja de que la abundancia de alimentos, y la comida basura, nos han llevado a denostar la gordura.
    Hace no tanto tiempo aquí también se pasaba hambre y gordo era una palabra simpática que se asociaba a la felicidad, o por lo menos al bienestar. La prueba de ese pasado esplendor del término son todas las expresiones a las que dio lugar. Me gustan esos dichos; hacer la vista gorda, contigo me ha tocado el gordo, sudar la gota gorda, armarse la gorda, el caldo gordo.
    Mi favorita es esta: para ti la perra gorda. Es una expresión muy útil que tiene su pequeña trampa: por un lado es una renuncia a discutir, lo que siempre está bien; por otro no es una concesión inocente, no te estoy dando la razón sino la perra gorda, algo que no vale nada, porque por mucho que lo argumentes no me vas a convencer y al zanjar el tema con esa frase además de mi sentido del humor estoy dejando clara mi superioridad moral, ay.

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