sábado, 14 de octubre de 2023

La primera clase

    Cheever, Chirbes y Baudelaire, podría ser un bufete de abogados, pero en realidad fueron escritores e incidentalmente dipsomaníacos. Me gustó la observación de Chirbes de que la prosa y la ética son inseparables. La literatura es como el mar, inabarcable e inagotable. A la vez, en aparente contradicción, ambos, el mar y la literatura, son finitos. Siendo finitos, pudiéndose en teoría contar las gotas del mar y los libros que son, en la práctica es imposible.
    También es imposible leer todos los libros que merecen la pena. Cuanto más lees más socrático te vuelves, más evidentes se hacen los libros que no has leído. Lo equilibrado, me parece, es leer sin pretensiones lo que te vaya apeteciendo; y si no te apetece, no leas, desde luego. Tenía un amigo que empezó a comprar libros de modo compulsivo y a la vez dejó de leer. Se especializó en novela histórica, acumulaba hermosos ejemplares de tapa dura a los que nunca veía el momento de hincar el diente. Que no nos pase.
    La literatura se puede considerar una enfermedad crónica que por fortuna no es mortal; al revés, en casos extremos —que son muy, muy raros— puede provocar la inmortalidad. De esta visión de la literatura viene el término tan poético para designar a los afectados por el mal: letraheridos.
    Cada año en octubre, al empezar este grupo de apoyo, el taller de escritura, aparecen media docena de alumnos que confiesan su amor a la poesía, posiblemente la variedad más virulenta de la enfermedad. A sus padres, si están enterados, les diría que tranquilos, de la poesía se sale (dentro bromas).
    La poesía es necesaria, es un pálpito que tengo. La poesía debe de ser una especie de catalizador cuya función aún no se conoce del todo pero sin el cual la vida espiritual no sería posible. La poesía, como dijo Bachelard, es metafísica instantánea.

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