martes, 5 de septiembre de 2023

Desconocerse

    Y quién me dice a mí que no soy un psicópata. No he puesto los signos de interrogación porque es una pregunta retórica; no lo estoy preguntando, más bien planteo una duda. Un psicópata es alguien que odia a sus semejantes. Sí, pero no; un psicópata —según la RAE— es alguien que padece una anomalía psíquica por la que a pesar de mantener la integridad de las funciones perceptivas y mentales, su conducta social se halla patológicamente alterada.
    No creo ser un psicópata, ni tan siquiera uno encubierto, que debe de haber muchos. Un psicópata descubierto es fácilmente detectable por el reguero de sangre. Aquí me he dejado llevar por la influencia de Houellebecq, Michel, siempre crudo, pesimista y provocador; aunque en su última novela le veo, de momento, un poco más contenido (o es que yo me he vuelto más duro).
    Me ha dado qué pensar algo que dice en la primera de las dos únicas notas del libro (la otra nota no figura en el libro en francés, es para aclarar que la palabra fiesta está en español en el original). Esto es lo que dice: uno oficialmente se describe como más bien buena persona pero en el repliegue secreto de su corazón siempre se sitúa exactamente en el centro del mundo moral, como una persona ni buena ni mala, moralmente neutra.
    Lo leo y miro por encima del hombro como si alguien (Houellebecq) me hubiera chistado. Sí, todos reivindicamos ser buenas personas, o casi todos, y bien puede ser que en nuestro fuero interno, allí dónde nadie espía nuestros pensamientos, creamos atisbar —y esto incluye a los psicópatas— esa neutralidad moral. Por otra parte este sería un rasgo de la personalidad acorde con la teoría de que el ombligo del mundo, el punto de equilibrio del Universo, coincide curiosamente con nuestro propio ombligo.

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