domingo, 17 de septiembre de 2023

La tinta y los aeropuertos

    No he escrito nunca con pluma estilográfica. De seguido, digo. He tenido alguna que otra y recuerdo la que me regaló mi padrino un cumpleaños; pero era demasiado buena para el día a día, la guardé y para cuando me di cuenta la tinta se había secado. Cosas de pobre, supongo. Dónde estará aquella estilográfica.
    El tema de la tinta; parecido me pasó con la impresora del ordenador. Un par de meses sin usarla y la tinta del cartucho (o de los cartuchos, porque eran tres para imprimir en color) se secaba. Además, y esto ya no tiene que ver, no había forma de que la hoja de papel entrara y saliera derecha del aparato. Conclusión, cuando tengo que imprimir algo voy a una copistería. Las impresoras son, o eran entonces —no he vuelto a tener ninguna—, baratas. Había truco:los cartuchos de tinta eran caros y además duraban poco. El negocio no era vender impresoras sino cartuchos de recambio.
    Es que muchas veces las cosas no son lo que parecen. Hay otro caso del que me he ido dando cuenta, igual es un delirio mío. Me refiero a los aeropuertos. Volar se ha vuelto algo de lo más común y cada vez transitamos por los aeropuertos con mayor frecuencia. A base de dar vueltas por los parkings de los aeropuertos en busca de una plaza libre me he ido convenciendo de este hecho poco conocido: el negocio de los aeropuertos no son los viajes en avión. Calculo que esa parte de la explotación apenas cubrirá gastos, los billetes se abaratan y el mantenimiento de todo el tinglado es muy caro; el auténtico negocio está en los estacionamientos, incluidos los denominados de larga estancia. El gasto que originan es mínimo, ridículo comparado con el otro, y el rendimiento parece asegurado, siempre están llenos. Cuando los visito me viene a la mente ese ruido de tintineo cascabelero que hacen las tragaperras cuando vomitan su chorro de monedas.

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