sábado, 25 de noviembre de 2023

Después

    La vida te da unas cartas y tú las juegas. Vale; tengo dos ases, un cuatro y un siete, ¿qué hago con ellos?. Casi sin querer me acabo de autoevaluar. Tengo mis partes buenas, mis fortalezas, dos ases, y mis debilidades, esas otras dos cartas que no sirven para nada. Podría ganar la pequeña si el juego fuera el mus. Claro que ¿y si es la escoba? —no recuerdo cómo se juega a la escoba—.
    Pero qué cartas ni cartas ni consejos sobre la vida, yo qué sé; o mejor dicho, yo no sé. Vives y ya está, y luego mueres, o sea te mueres aunque ese “te” insinúe que la culpa es tuya. No es que quieras pero tampoco has puesto todo de tu parte para no morirte, reconócelo. Tenías que haber comido sin sal, por ejemplo. La sal la tenías que haber puesto con tu imaginación.
    Quería hablar de la vida pero una cosa te lleva a la otra. La muerte no hace gracia y sería mejor no mencionarla y vivir sin tenerla en cuenta; pero no es posible, me temo. La muerte es un lastre que está ahí y genera una ansiedad que por salud mental es bueno verbalizar de vez en cuando para que no se quede todo dentro y acabe pudriéndose.
    Más que miedo a la muerte me parece que lo que siento es apego a la vida y frustración porque sé que cuando muera el mundo seguirá sin mí. La vida seguirá y lo mío ya no parecerá ni que fue vida. Una esquela en el periódico y alguien que comenta: no lo conocía. De pronto ya no estás ni se te espera.
    Has dejado un hueco, de acuerdo, les has recordado a los que te rodeaban que ya falta menos para que llegue su turno. Cuando te hayan seguido todos, tiempo al tiempo, aquel hueco que dejaste habrá desaparecido. Un hueco que ya para empezar consistía en nada, en vacío, en etéreos pensamientos. ¿Cómo puede ser que la gente se muera —culpa suya, por eso el “se”— pero las calles estén llenas, el metro vaya abarrotado y haya 46.000 espectadores en San Mamés?

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