domingo, 19 de noviembre de 2023

Fantasía

    La palabra fantasía tiene cierta connotación negativa. Por ejemplo en la frase, quítate esa fantasía de la cabeza. Supongo que hubo una época en la que la realidad era tan cruda que cualquier intento de disfrazarla —a través de la fantasía— acarreaba una condena por parte de los que tenían los pies en el suelo, de la gente que ya había tenido suficientes escarmientos en la vida, incluida una guerra en ocasiones.
    También debe de haber una ley matemática que relaciona inversamente la edad con el grado de fantasía que puede albergar un ser humano. La fantasía parece lo natural en la infancia, y bien está, hasta cierto punto. Alimentar fantasías disparatadas no deja de ser una forma de engañar. No acabo de entender qué tienen de bueno las falsas ilusiones. La ilusión está muy bien y no solo en la infancia, hay que mantenerla toda la vida, pero la ilusión auténtica, la pegada a la piel, a los hechos reales. Vamos que, sin tener nada específico en contra, siento cierta prevención respecto a la fantasía en general.
    Otra cosa es el mundo simbólico, la ficción, el cine, la literatura y todo lo que se haya inventado o esté a punto de inventarse. Nada que objetar a la fantasía como género literario más allá de que cuanto más alto es el nivel de fantasía menos me entretiene. Digamos que veo la fantasía como una especia que se añade al plato. Unos toques aquí y allá pueden convertir un relato anodino en interesante, quién te dice que no puedan pasar a veces cosas de lo más extrañas. Me gusta ese resquicio en la puerta que se deja a lo improbable, a lo fantástico.

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