jueves, 28 de diciembre de 2023

La tía Mari

    Desde pequeño íbamos en verano a pasar unos días al pueblo de mi abuela. Nos quedábamos en la casa, muy modesta, donde vivían la bisabuela Victoria y su hija soltera, la tía Mari. Tenemos una foto a la puerta; Victoria está en el medio, sentada en una silla, riendo desdentada; alrededor toda la familia y a un lado estoy yo, con cuatro años, mirando a mi bisabuela con la boca abierta.
    La tía Mari tenía la voz ronca y una verruga en la mejilla, compraba corada para comer y su postre favorito era medio melocotón en almíbar sumergido en un vaso de vino. Años después, ya fallecida su madre, le salió un amigo o novio o lo que fuese; Anastasio, un buen hombre. La broma entre nosotros, los sobrinos nietos, era lo que pinchaba al darle un beso según el día que fuera de la semana, ya que solo se afeitaba los sábados. La cosa no duró.
    Cuando la tía ya andaba por los ochenta años sucedió algo inesperado: apareció un hombre procedente de la Argentina que aseguraba ser su hijo. Apenas tengo datos de todo aquello, unas frases sueltas y algún retazo de conversación. A estas alturas ya no vive nadie que pueda aclarar algo.
    La familia lo rechazó unánime. ¡Qué va a ser su hijo!, decían, es un sinvergüenza que le quiere sacar los cuartos que no tiene. Pensaba yo, se acordará la tía Mari de si ha parido o no alguna vez. La lógica decía que tal parto había tenido lugar porque aceptó a aquel desconocido. Para ella fue una ilusión que llegaba por sorpresa en sus últimos años. Nunca lo vi en persona, lo imaginaba con traje y sombrero, al fin y al cabo venía de Argentina. Pero el hombre estaba enfermo, enfermo grave y tras varios episodios lastimosos murió. La tía Mari tampoco duraría mucho más. Nada más supe.
    Tras rumiar sobre todo ello he reconstruido o reinventado lo sucedido. Es una historia trillada. Mis cálculos apuntan al comienzo del siglo XX: 1908; más o menos. Mari era una adolescente de familia humilde a la que pusieron a servir en una casa. Allí fue víctima del cabeza de familia y quedó embarazada. Las monjas de turno se encargaron de llevarse al recién nacido a un hospicio. Con el tiempo, tal vez tras la guerra, el niño, ya hombre, emigraría a la Argentina.

No hay comentarios: