sábado, 16 de diciembre de 2023

Luces de Navidad

    Han plantado un árbol (alegórico) de Navidad cerca de casa. Es una de esas estructuras ligeras que forman un cono de unos ocho o diez metros de altura. De día pasa desapercibido; de noche, con sus lamparitas verdes, parece algo y recuerda a un abeto. Su instalación, el día 13, me ha parecido prematura; aunque también se puede considerar que andan tarde, con esa costumbre moderna de encender las iluminaciones navideñas a primeros de diciembre.
    No sé, no lo acabo de entender, tanto entusiasmo por la Navidad. Será que Dios vuelve a importar y los creyentes se desviven por adorarle; porque si no, ¿qué estamos celebrando exactamente? Habrán leído, algunos de esos creyentes, ese libro nuevo que se titula “Dios – La ciencia – Las pruebas”, que ya es titularse. No sabía que la ciencia hubiera avanzado tanto. El razonamiento más obvio a favor de la existencia de Dios se le ocurre a cualquiera y Voltaire lo resumió en pocas palabras: Hay Dios porque no hay reloj sin relojero. Quién sabe.
    O igual esta fiebre navideña no tiene nada que ver con la religión, cualquier excusa es buena para reunirse. Está también, incluído en el paquete, el cambio de año; aunque esa frontera temporal sea una convención, en algún momento había que determinar que justo ahí acaba un año y empieza el siguiente. Pero vamos, todas esas luces ahí desde comienzos de diciembre hasta pasado el día de Reyes, por poco que consuman, ¿tienen razón de ser?, ¿tan mal andamos de moral que necesitamos lucecitas de colores para no verlo todo negro?
    Si seguir conservando al niño que llevamos dentro consiste en extasiarse ante un falso árbol iluminado y unos juegos de luces, ese niño ya no debe de estar en mí. A no ser que la curiosidad y la ilusión a mantener consistan en otra cosa y resulte que toda esta parafernalia de luces de colores, renos, abetos y muñecos de nieve sea como el traje nuevo del emperador del cuento.

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