jueves, 10 de marzo de 2022

Incomprendido o incomprensible

    La soledad del número uno. El aislamiento del poderoso que no puede sincerarse con la gente que lo rodea. Lo solo que puede sentirse, por ejemplo, el Papa en Castel Gandolfo cuando la persona más cercana es una monja hacendosa y un poco sorda. Debe ser algo parecido al vértigo espacial y existencial del que está solo en la cumbre de una montaña.
    No dudo ni por un instante de las buenas intenciones del Papa, más incertidumbre suscitan los propósitos, que no tengo ni idea de cuales son, del enigmático personaje que se esconde detrás de esa figura hierática que, en medio de una desconcertante estética kitsch, desgrana con parsimonia sus argumentos para justificar lo injustificable.
    Puede que reflexione y se reafirme en la certeza de que no es el momento de la emoción sino de la razón. Por otra parte todo indica que nunca ha sido un sentimental. Puede que desde el poder absoluto que detenta recuerde su infancia desharrapada y a su madre, una santa seguro. No olvida de donde viene. Ha recorrido un camino largo y sinuoso, algunas decisiones han sido difíciles y mentir otro gaje más del oficio.
    Ahora tiene ante sí una ingrata labor que no tiene más remedio que acometer. No de cualquier forma, desde luego, hay que actuar con cabeza, recuerda el proverbio: Si caminas deprisa alcanzarás a la desgracia; si vas despacio la desgracia te alcanzará a ti. A eso mismo ahora lo llaman timing, en ello está. En otras circunstancias hubiera llamado al Teléfono de la Esperanza pero desde su soledad estratosférica y con la excusa de arreglar el mundo opta por telefonear, a diario, a alguien que se encuentra a tres mil kilómetros de distancia. No sé si lo ha dicho pero seguro que lo piensa: la historia me juzgará.

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