lunes, 7 de marzo de 2022

Mientras cambia el semáforo

    Estaba esperando en un paso cebra a que cambiara el semáforo cuando se ha colocado a mi lado una señora mayor. Así me ha parecido, mayor y no sé hasta que punto lo era porque yo también soy mayor, mal que me pese. Me había parado en el semáforo en una calle ancha y de bastante tráfico, una calle en la que cruzar en rojo bordearía el desatino. Iba camino de la parada del autobús y estaba pendiente de eso, de los autobuses que pasaban, vigilante del mío, temiendo que se me escapara y tuviera que esperar otros veinte o treinta minutos. No sirvo para esperar.
    Se me ha parado al lado la señora y me he dado cuenta de que estaba llorando, o más bien lloriqueando. Me ha parecido que no hacerle caso hubiera sido inhumano; siendo lo que hago, no hacer caso, con tantas desgracias que nos rodean si no me apelan directamente. Pero allí estábamos los dos, y nadie más al alcance de los sollozos apagados de la mujer. Así que le he preguntado, ¿qué le pasa señora?, aunque supongo que es imposible explicar por qué está uno llorando en el intervalo del rojo al verde en un semáforo.
    Me ha contestado con tres o cuatro frases medio incoherentes: “No me deja en paz, me amenaza, quiere que le dé dinero, se quiere quedar con mi piso”. No decía quién. Allí cerca, en la siguiente manzana, hay una comisaría de policía. Eso fue lo que le he dicho, dígaselo a la policía. Según se lo decía me daba cuenta de lo inútil del consejo. Lo que denunciaba podía ser inquietante, desagradable e injusto, pero seguramente no era delictivo. Lo más probable era que el caso no competiera a la policía. La señora tampoco esperaba nada de mí, se limitaba a sollozar mansamente. El semáforo ha cambiado a verde. He cruzado dejando atrás a esa señora mayor y bajita de la que no sabía nada o casi nada, solo que estaba llorando.

No hay comentarios: