sábado, 30 de octubre de 2021

Cursi

    De qué hablamos cuando hablamos de ser cursi. Ser cursi no es más que la manifestación de un exceso de sensibilidad mal entendida que provoca dentera estética en temperamentos más equilibrados, nada grave. Además, quién decide que algo o alguien es o no cursi; es subjetivo, cuestión de ángulos y de miradas.
    La palabra misma ya suena cursi, por anticuada. Una palabra con historia, con familia: cursilería, cursilada, cursilón; una palabra cansada que apuesto a que tiene una prima inglesa que es la que se usa ahora para decir lo mismo. Las postales de gatitos son cursis; también las señoras emperifolladas (con perdón), la literatura romántica o los poemas de amor llenos de clichés. Bécquer es cursi ahora; no en su día, entonces era sublime. El tiempo todo lo cambia, lo madura, lo pudre; y luego, como un milagro, lo resucita.
    Cursi es todo lo que nos parece relamido o afectado. Se me ocurren otras palabras cercanas que igual no significan lo mismo pero que comparten algo de su esencia: ñoño, petulante, repipi, pretencioso, ripioso, sensiblero, ridículo, pomposo, hortera (si no lo ves claro, entiérralo en palabras).
    Llorar no es cursi, la salsa de tomate tampoco. Ser cursi es alejarse de la naturalidad por el lado empalagoso; que es preferible a hacerlo por el otro lado, el lado desabrido. Ejemplo, cuando alguien dice, “si la vida te da limones, haz limonada”, un bruto podría replicar, “y si la vida te da tomates, pues te jodes”. La virtud, lo natural, está en el medio: si la vida te da tomates, haz salsa de tomate.

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