sábado, 9 de octubre de 2021

Ahora y en la hora de nuestra muerte

    Cuando era pequeño los domingos, después de comer, rezábamos el rosario. Al final mi padre recitaba una serie de peticiones, acompañadas de más rezos. Había dos que me llamaban la atención (me interpelaban, se podría decir). La primera era un escueto “por los estudios”. Un toque de atención para nosotros, los hijos. La segunda, un poco más larga, decía: “a San José bendito para que nos dé una buena muerte”. De ahí se deducían varias cosas. Una, que habíamos de morir; otra, que se podía morir bien o mal; y otra más, que el santo que se encargaba de tales asuntos era San José.
    Me pregunto si seré consciente del momento de mi muerte. Sé que voy a morir, como todos; pero confío bastante, estoy casi seguro, en que no será hoy. La vida tiene muchos días y la muerte solo uno. En estos tiempos y en esta sociedad se prefiere que el moribundo no se dé cuenta de nada. Cuando se acerca la hora se le seda y se espera a que el corazón deje de latir. Eso es lo que he visto.
    Así imagino que me pasará a mí también. Sabré que me queda poco, pero pensaré que hoy no, de momento no. Y un día, que parecerá como los demás, una enfermera me dirá “te voy a poner algo para que estés más cómodo”. Lo más seguro es que le dé las gracias, y luego perderé la conciencia. Entonces puede que mi mente vague y cree imágenes y escenas que serán ecos de mi vida. Es muy probable que sea joven en esos sueños y que aparezcan, también jóvenes, otras personas cercanas. Esos sueños, buenos o malos, serán mi despedida de la vida.

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