sábado, 20 de noviembre de 2021

Masters del Universo

    Me he dado cuenta de que el botón de llamada del ascensor en el portal de casa tiene un pequeño agujero en el centro. Sospecho el motivo, es de pulsarlo con la punta de la llave, para no tocarlo, por la pandemia. Ese botón debía ser, antes, el nexo de unión entre todos los vecinos. Nuestros dedos índice y algún que otro pulgar han estado pulsándolo durante años, intercambiando así partículas de sudor y células muertas, compartiendo gérmenes.
    Esa era la praxis sanitaria habitual, basada en el principio de que lo que no mata engorda. Por la misma lógica, quemamos gasolina, comemos grasas saturadas e ingerimos alcohol a sabiendas de que nos estamos suicidando. La vida mata, la hay más sana pero no es vida, diría alguno. Es natural que le estemos dando fiebre al planeta, o febrícula. Soy muy malo para acordarme del tiempo que hacía antes, ni el mes pasado. Aunque parezca mentira no recuerdo que siendo yo niño nevara ni un solo día. Pero el clima está cambiando.
    En la cumbre de Glasgow se han propuesto que la temperatura del planeta no aumente más de un grado y medio en cierto plazo. Ni uno, ni dos, uno y medio. Me hace gracia esa confianza en que podamos influir a nivel planetario. Al parecer a base de reglamentos, de políticas ambientales, se podría conseguir. Tengo una idea muy sencilla para lograr lo mismo. Bastaría con alejar un poco más la Tierra del Sol; a más distancia, menos temperatura. El tiempo extra que el planeta necesite para dar su vuelta anual en torno a su estrella se lo podríamos adjudicar a febrero.
    Esa arrogancia humana viene de antiguo, ya se cita en la Biblia. Es la historia de cuando se propusieron, o nos propusimos, levantar una torre que llegara hasta el cielo, la torre de Babel. Pero el Señor se mosqueó y confundió las lenguas; en eso estamos todavía.

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