lunes, 12 de octubre de 2020

Cioran

Pronto hará veinticinco años que habré muerto. Eso he pensado al leer que pronto hará ese tiempo que murió Cioran. Hasta ahora siempre había pronunciado, para mí, “ciorán”, con acento en la a; aunque el nombre no lleva tilde, por razones bien conocidas en Bucarest. Es un problema que tengo con los nombres propios, cómo pronunciarlos (véase la entrada sobre Camus). Los procedentes de otros idiomas, quiero decir. Ahora hay unas páginas estupendas de internet para consultarlo. En rumano parece ser que se dice algo como “chorrán”, que me suena atroz. En francés, “siogán”, con esa g suave de los franceses para la erre. En inglés, cada uno lo pronuncia como quiere, “saiorán”, “siorán”. Conclusión, “ciorán” está bien, y mejora desde luego el original rumano (para nuestro oído). Cioran (pronúncialo como quieras) empezó publicando en rumano, pero luego se pasó al francés (viviendo en París, así cualquiera). Decía que escribir en otro idioma le hacía percibir lo escrito de forma distinta, más luminosa, como redescubriendo el significado de cada palabra. Hace veinticinco años que murió Emil Cioran, a los 84, después de pasarse la vida pensando en el suicidio. Decía que la posibilidad de este es lo que le hacía soportable la vida. Pero vamos, que nunca se animó; en cambio se dedicó a escribir en su buhardilla. Leer a Cioran está bien, porque, por muy pesimista que seas, quedas, por comparación, como un incombustible amante de la vida. Bueno, estoy frivolizando, las cosas no son tan sencillas, dicen que en su desesperación tenía algo de jocoso, que había vitalidad ahí encubierta; qué sé yo de Cioran. Ahora quedo, de alguna forma, en deuda con él, por esa frase del comienzo: Pronto hará veinticinco años que habré muerto. Tempus fugit.

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