lunes, 10 de junio de 2013

Pequeña anécdota con moraleja

Voy a la gasolinera del centro comercial a repostar gasoil. Tres de los cuatro puestos están ocupados y paro en el número dos. Me parece que la manguera está manchada de gasoil, como si rezumara por alguna juntura. Al terminar de llenar el depósito busco algo para limpiarme y veo que hay un rollo de papel ad-hoc. No solo un rollo, un expendedor automático de hecho. Fantástico, pienso. Me seco bien las manos, monto en el coche, arranco y me acerco a la caseta para pagar. Tras hacerlo le indico al empleado que me ha parecido que la manguera del puesto dos pierde gasoil. Me dice que lo va a mirar "ahora mismo". Salgo y paro cerca para poner en orden mi cartera. Desde donde estoy puedo ver como el empleado se dirige a los surtidores. Ya me estoy felicitando por mi civismo y su efecto benéfico cuando el hombre toma la manguera del puesto uno y se pone a comprobarla concienzudamente. Me pasa por la cabeza bajar la ventanilla y gritar: "¡Es el puesto dos, no el uno!". Pero no lo hago, y me limito a pensar que así va el mundo, que así es el mundo, que está bien recordarlo y que los buenos propósitos de los que como yo hacen las cosas bien no pueden nada contra la confusión general. Reanudo la marcha y me incorporo al tráfico de la tarde. Una rotonda, una cuesta y la furgoneta que me sigue que me da las luces. Que mosca le ha picado a éste, pienso. Seguramente que le parece que voy despacio y se impacienta. Bueno, ni caso, aunque aligero un poco. Paso un badén y me parece que se me pega por detrás. Ahora soy yo el que está un poco mosca. Tras un giro me aparto al arcén para dejarle pasar (y de paso darle a entender que es un cagaprisas). La furgoneta se para a mi lado y para mi sorpresa la chica que va de acompañante me dice: Vas con el depósito abierto. Comprendo de golpe, le doy las gracias, me bajo para poner el tapón del depósito y me tiro de las orejas mentalmente.

No hay comentarios: