miércoles, 8 de marzo de 2017

De género

Cuando nacemos somos puro hardware, materia tonta, aunque con periféricos captadores de cinco estímulos diferentes. Luego se nos va cargando el software, que básicamente es la lengua, el idioma que se hable en nuestro entorno, la interfaz que utilizamos para relacionarnos con el mundo e intentar entender algo. El software siempre es mejorable y si en vez de uno cargamos dos o más idiomas, pues mejor. El software que me ha tocado, mi software base (¿mi lenguaje ensamblador?) es el castellano o español, un idioma mejorable como todos. Un punto a mejorar, el género; lo masculino, lo femenino y todo lo contrario. Parece que el castellano se empeña en ponerle género a todo lo que se mueve y hasta a lo que no se mueve. Hay frutas masculinas, melón, plátano, y frutas femeninas, manzana, naranja. Hay astros femeninos, luna, estrella, y astros masculinos, sol, planeta. Y luego hay hombres y mujeres. Y somos diferentes, claro, pero tenemos los mismos derechos y deberes, por lo que se me ocurre que en el documento de identidad no debería constar el apartado sexo. Todos somos seres humanos y en un mundo justo sería suficiente. Pensando en estas cosas me daba cuenta hace poco de que siempre me he imaginado a la personificación de la muerte, la que sale en los cuentos de las mil y una noches por ejemplo, como un hombre. Un hombre con su capa y su guadaña y su voz de hombre, aunque concedo que en realidad no se le ve la cara. Y claro, si es "la" muerte debería ser una mujer. La conclusión es que la muerte debió nacer niña pero en seguida se dio cuenta de que era niño. Un caso de transexualidad.

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