lunes, 27 de agosto de 2012

El otoño que viene

Vengo apreciando un aumento significativo del número de hojas secas que yacen sobre la tierra. La tierra entendida no como el planeta mismo, sino como el manto vegetal que lo cubre (incluyendo, y no se menciona por simplificar, las amplias zonas asfaltadas o pavimentadas); y refiriéndome en extensión al suelo sobre el que camino, las calles, parques, caminos, campos y bosques próximos a mi domicilio, ya que ignoro la extensión geográfica del fenómeno (la proliferación de hojas muertas), aunque doy por seguro de que se trata de algo general y extensivo, tarde o temprano, a todo el hemisferio norte, o a gran parte de él (¿hasta que punto existe el otoño en los trópicos?). Quizás en lugar de mencionar "el número" fuera más conveniente hablar de "la cantidad", ya que se trata de una cifra lo suficientemente alta como para considerar tal magnitud como innumerable. Nadie, en su sano juicio, contaría nunca el número de hojas caídas, y si lo hiciera no tardaría en perderlo (su antiguo sano juicio). Quiero decir que, aunque aún estamos en agosto, aunque hace un día estupendo de verano; la naturaleza, sabia y asesina, por razones que sólo ella conoce ha comenzado a desnudar a los árboles (a algunos árboles, con un orden de preferencia del que se me escapan las causas) y las hojas muertas ya caen cada día, ya crujen al pisarlas, ya anuncian el cambio de estación. Ya viene el otoño.

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