martes, 21 de enero de 2020

En los jardines

He llegado en bici a los jardines del santuario. Desde el pueblo hay una larga avenida que me ha costado remontar con el viento en contra. Me siento a descansar en un banco mientras como una manzana. Es media mañana, y las hojas secas se arremolinan con ese viento desapacible. Contemplo la mole oscura de la basílica. Hace unos años estuve dentro y pudimos subir al pasillo bajo la cúpula. Alguien nos señaló las grietas y los tirantes, o grapas, o hierros que reforzaban la estructura. Me impresionó. Aquello se podía venir abajo. Ahora, desde el jardín, me sigue pareciendo amenazante. De un edificio a la izquierda está saliendo gente. Son grupos de jóvenes, bulliciosos, dinámicos, no tendrán más de 18 o 20 años y parecen de todas las procedencias. Distraído, no me he dado cuenta de que tengo al lado a un hombre de unos cuarenta años que recoge hojas del suelo con un rastrillo y las va echando a un carrito. Un barrendero, aunque seguro que el oficio tiene otro nombre ahora. O es el jardinero. “Mucho viento para andar en bici” me dice. Yo sonrío y asiento. Pienso para mí que también hace mucho viento para recoger hojas secas, pero no se lo digo, por miedo a ser inoportuno. Está trabajando. Algunos chicos y chicas pasan a nuestro lado. Estarán participando en algún tipo de jornadas solidarias, religiosas, haciendo algo para mejorar el mundo o al menos intentando mejorarse un poco ellos mismos. Mientras empuja el carro el barrendero hace otro comentario. Relajado, sonriente. Algo sobre los jóvenes, la suerte de serlo, la alegría que transmiten. Tiene razón, y se lo digo. Viste ropa de trabajo, con reflectantes, pero no parece el típico barrendero (suponiendo que exista tal cosa). Es un hombre apuesto, seguro de sí mismo. La forma en la que habla y se desenvuelve me hace pensar que hay algo más. Será un cura que ha colgado los hábitos, que ha cambiado de hábitos, de modo de vida, y le han contratado para cuidar los jardines. Mientras encuentra otra cosa, tal vez. Seguirá siendo creyente. Los curas que dejan de creer siguen siendo curas, hacen cuentas y no les compensa. Doble paradoja: los que dejan de ser curas siguen siendo creyentes y los que dejan de creer siguen siendo curas. Igual se ha casado, seguramente. Casarse con un ex-cura debe tener sus ventajas. Alto nivel cultural, aunque sesgado. Idiomas, podría saber alemán, por los años pasados en Tubinga estudiando teología. Tendrá una frase en latín a propósito de casi todo, como otro puede decir que de tal palo, tal astilla o que el juego no es rentable. Se le ve feliz. Será por haberse casado y por haberse quitado el peso, la responsabilidad moral, del sacerdocio. También porque le gusta ser útil con el trabajo manual de cuidar los jardines. El espíritu de San Francisco. Él es el hermano barrendero y yo el hermano ciclista que se está terminando la manzana. El hermano sol surge conveniente entre las nubes empujadas por el (hermano) viento. Las chicas y chicos se sientan en la hierba, y se oyen risas y llamadas en francés y en italiano. Con ellos el mundo es mejor, desde luego. Mi hermano barrendero, antiguo soldado de Cristo, se aleja rastrillando hojas, cada vez más pequeño a la sombra de la basílica, anclada en la tierra, la piedra oscura de humedad y tiempo, la cúpula imponente, con los tirantes, o grapas, o hierros que suturan las grietas ocultas.

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