He llegado en bici a los
jardines del santuario. Desde el pueblo hay una larga avenida que me
ha costado remontar con el viento en contra. Me siento a descansar en
un banco mientras como una manzana. Es media mañana, y las hojas
secas se arremolinan con ese viento desapacible. Contemplo la mole
oscura de la basílica. Hace unos años estuve dentro y pudimos subir
al pasillo bajo la cúpula. Alguien nos señaló las grietas y los
tirantes, o grapas, o hierros que reforzaban la estructura. Me
impresionó. Aquello se podía venir abajo. Ahora, desde el jardín,
me sigue pareciendo amenazante. De un edificio a la izquierda está
saliendo gente. Son grupos de jóvenes, bulliciosos, dinámicos, no
tendrán más de 18 o 20 años y parecen de todas las procedencias.
Distraído, no me he dado cuenta de que tengo al lado a
un hombre de unos cuarenta años que recoge hojas del suelo con un
rastrillo y las va echando a un carrito. Un barrendero, aunque
seguro que el oficio tiene otro nombre ahora. O es el jardinero.
“Mucho viento para andar en bici” me dice. Yo sonrío y asiento.
Pienso para mí que también hace mucho viento para recoger hojas
secas, pero no se lo digo, por miedo a ser inoportuno. Está
trabajando. Algunos chicos y chicas pasan a nuestro lado. Estarán
participando en algún tipo de jornadas solidarias, religiosas,
haciendo algo para mejorar el mundo o al menos intentando mejorarse
un poco ellos mismos. Mientras empuja el carro el barrendero hace
otro comentario. Relajado, sonriente. Algo sobre los jóvenes, la
suerte de serlo, la alegría que transmiten. Tiene razón, y se lo
digo. Viste ropa de trabajo, con reflectantes, pero no parece el
típico barrendero (suponiendo que exista tal cosa). Es un hombre
apuesto, seguro de sí mismo. La forma en la que habla y se
desenvuelve me hace pensar que hay algo más. Será un cura que ha
colgado los hábitos, que ha cambiado de hábitos, de modo de vida, y
le han contratado para cuidar los jardines. Mientras encuentra otra
cosa, tal vez. Seguirá siendo creyente. Los curas que dejan de creer
siguen siendo curas, hacen cuentas y no les compensa. Doble paradoja:
los que dejan de ser curas siguen siendo creyentes y los que dejan de
creer siguen siendo curas. Igual se ha casado, seguramente. Casarse
con un ex-cura debe tener sus ventajas. Alto nivel cultural, aunque
sesgado. Idiomas, podría saber alemán, por los años pasados en
Tubinga estudiando teología. Tendrá una frase en latín a propósito
de casi todo, como otro puede decir que de tal palo, tal astilla o
que el juego no es rentable. Se le ve feliz. Será por haberse casado
y por haberse quitado el peso, la responsabilidad moral, del
sacerdocio. También porque le gusta ser útil con el trabajo manual
de cuidar los jardines. El espíritu de San Francisco. Él es el
hermano barrendero y yo el hermano ciclista que se está terminando
la manzana. El hermano sol surge conveniente entre las nubes
empujadas por el (hermano) viento. Las chicas y chicos se sientan en
la hierba, y se oyen risas y llamadas en francés y en italiano. Con
ellos el mundo es mejor, desde luego. Mi hermano barrendero, antiguo
soldado de Cristo, se aleja rastrillando hojas, cada vez más pequeño
a la sombra de la basílica, anclada en la tierra, la piedra oscura
de humedad y tiempo, la cúpula imponente, con los tirantes, o
grapas, o hierros que suturan las grietas ocultas.
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