La madre de Platón se
llamaba Perictione. Tenía que decirlo. Si se hubiera llamado Irene
(un nombre pleno de sirenedad) lo habría olvidado, pero
Perictione... Esta inútil piece of information la
adquirí jugando al Trivial y es, en efecto, un ejemplo de
conocimiento trivial que retengo gracias al zinc piritione,
el componente mágico que me sirve de nemotécnico. Me hubiera
gustado saber, y recordar, lo que pensaba Platón de la vida, pero lo
que recuerdo, más que sé, es el nombre de su madre. Ahí está,
ocupando una parte de mi memoria, y puede que hasta un espacio
físico en mi cerebro, con un peso, ¿un femtogramo?. Todo lo que es, además pesa (si el alma pesa, dicen, 21 gramos será porque es, si
no pesara nada no sería). Como este, cuantos datos que son como las
etiquetas de las naranjas, que te las quieres quitar de la mano y
solo consigues que pasen de un dedo a otro. Así el Cabo da Roca, o
ponto mais ocidental do continente europeu o Audie Murphy, el soldado
americano más condecorado de la segunda guerra mundial. Nuestro
cerebro es un ordenador cuántico que saber, saber, no sabe nada, lo
que hace es manejar sombras, recuerdos. Para saber, para pensar,
necesitamos las aportaciones de otros cerebros. Es como esas
investigaciones científicas que utilizan la capacidad de computación
de miles de ordenadores particulares para rastrear evidencias de vida
inteligente en el espacio exterior, por ejemplo. De Platón sé
(recuerdo) poco: que practicó la lucha, que fue discípulo de
Sócrates y maestro de Aristóteles, fundador de la academia, autor
de diálogos y de la alegoría de la caverna. Y el nombre de la
madre, Perictione, y que Platón era un apodo. Punto. No sé por qué, me lo imagino calvo. Sin
embargo, gracias a todos vosotros, tengo sus datos a mano, a un clic, y también tengo la
sospecha de que aunque leyera todo sobre Platón, no entendería la
mitad. Mi inteligencia no da para casi nada, y solo se justifica por
su aportación (femtoaportación) a la inteligencia del género
humano. Bueno, si la hubiera, la inteligencia.
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