viernes, 14 de noviembre de 2025

Instantáneas (2)

    Recuerdo que alguien tiró una piedra al aire para salpicar en un charco y me cayó a mí en la cabeza.

    Recuerdo que veíamos películas de Charlot en el cine y en una escena donde ardía una casa una voz en off decía que se me quema la casa, que se me casa la quema.

    Recuerdo en la iglesia a los hombres a la izquierda y las mujeres a la derecha.

    Recuerdo que cuando desmontaron los autos de choque encontré una moneda en el suelo.

    Recuerdo que teníamos un disco con un cuento de Navidad que nos daba miedo.

    Recuerdo la trampilla para bajar al sótano en casa de mis abuelos.

    Recuerdo que no me importaba que me llamaran cuatro-ojos ni que me cantasen Javi, javoneta, toca la trompeta.

    Recuerdo que en la primera comunión renunciamos a Satanás.

    Recuerdo a mi tío en Nochevieja disfrazado de mujer.

    Recuerdo el parche que me pusieron porque tenía un ojo vago.

    Recuerdo cuando hicieron la acera delante de nuestra casa.

    Recuerdo que al ir a la cama nos dejaban la luz del pasillo encendida.

    Recuerdo que en fiestas salíamos al balcón para ver los fuegos artificiales.

    Recuerdo que no quise ver a mi abuela muerta en su velatorio.

    Recuerdo la caseta de tiro al blanco donde había que partir un palillo disparando una chimbera.

    Recuerdo que nos montábamos en el burro en casa del tío Tomás.

    Recuerdo que los domingos después de comer rezábamos el rosario y luego veíamos una serie de vaqueros en la televisión.

    Recuerdo que vino a la escuela un chico nuevo que era de Villadiego.

    Recuerdo a mi padre, en navidades, sentado en el suelo de la cocina, rodeado de niños, contándonos una historia inventada.

martes, 11 de noviembre de 2025

Instantáneas (1)

    Recuerdo que aprendí a pedalear en una bici destartalada.

    Recuerdo la estrada que subía hacia la iglesia entre muros de piedra.

    Recuerdo estar debajo de la mesa de costura en casa de mi amigo Josi.

    Recuerdo que mi abuelo me enseñó a coger bien el lápiz.

    Recuerdo que con cinco años llamé macaco al maestro y me echó de clase.

    Recuerdo a mi hermana y mis primas con trenzas y falda escocesa.

    Recuerdo que en una pensión de Logroño, de vacaciones, nos ponían tortilla de patatas para cenar.

    Recuerdo que aprendíamos el catecismo de memoria.

    Recuerdo que jugábamos a primis en el frontón.

    Recuerdo que donde la tía Mari cambié un conejo a la jaula de otro y luego apareció muerto.

    Recuerdo que por la tarde en la escuela cantábamos el "Cara al sol".

    Recuerdo que mi abuela vino a cuidarnos cuando mi madre se puso de parto.

    Recuerdo que los sábados oíamos un programa infantil en la radio.

    Recuerdo una vez con mi primo Iñaki comiendo unas uvas ácidas que daban escalofríos.

    Recuerdo que el maestro nos mandaba a por leña para la estufa.

    Recuerdo que llegó una carta y luego mi madre habló medio llorando con mi tía.

    Recuerdo que una vez nos arrodillamos en la calle al oír la campanilla y ver pasar de lejos a un cura y un monaguillo.

    Recuerdo que mi banqueta de la cocina era la roja.

    Recuerdo que en la comunión de mi prima Mariajesús bebí vino y me pusieron en una cama a dormir.

    Recuerdo la imitación de Cantinflas en una función de la catequesis.

    Recuerdo que cuando pasaba un avión a reacción decíamos que era el de los Reyes Magos y la estela que dejaba era donde llevaba los juguetes.

sábado, 8 de noviembre de 2025

Introducción

    Adam Zagajewsky en un poema titulado “En un piso pequeño” (seguro que en polaco suena mejor) escribió, a modo de epígrafe, esta frase: «Le pregunto a mi padre: ¿qué haces todo el día? Recordar».
    Hablando de recuerdos y escritura recordamos a Joe Brainard, autor de “I remember” que se ha traducido como “Me acuerdo” (según mi criterio, de traductor no diplomado, hubiera estado mejor “Recuerdo”, luego insisto).
    Unos años después Georges Perec publicó su “Je me souviens”, donde reconocía que se inspiraba en el libro de Brainard. Aunque Google traduce esa expresión francesa como “recuerdo”, en la traducción literaria de Yolanda Morató aparece, otra vez, como “Me acuerdo”; tal vez por seguir el precedente del “I remember”.
    Curiosamente, décadas más tarde, Nora Ephron tituló “No me acuerdo de nada” un libro suyo de ensayos. La verdad es que me identifico más con este título que con el otro.
    Volviendo a los “Me acuerdo”s, la idea era la de confeccionar una lista en la que cada recuerdo se rememora en un texto breve, a poder ser condensado en una sola frase. Memoria fragmentada, ha dicho alguien. Ah, y cada frase comienza por ese “me acuerdo”.
    Pero para mí que recordar y acordarse son lo mismo y no lo son. Recordar tiene un matiz de voluntariedad, me pongo a ello y recuerdo; mientras que acordarse lo tiene de involuntariedad, de pronto, por asociación de ideas o porque sí, me acuerdo de algo. Por eso, si tengo que escribir mi lista de fragmentos biográficos optaría por “recuerdo” en lugar de “me acuerdo”.
    Si tengo que… no tengo ninguna obligación, por supuesto; pero esa forma de contar me viene bien porque mis recuerdos suelen ser así, flashes de la memoria, instantáneas sin contexto. Como estos...

miércoles, 5 de noviembre de 2025

Futura publicación

    Más de una vez he imaginado, iluso de mí, que de este blog podría salir un libro bastante voluminoso o, pensándolo mejor, varios más breves y manejables. Hace unos meses mandé a una editorial, en formato digital, las entradas de un año (fueron las de 2022). Según mis cálculos darían para un bonito tomo de unas 150 páginas.
    Envié el documento a una editorial pequeña, pensando que así me harían más caso. No me contestaron en ningún sentido; supongo que es lo normal, es tan fácil mandar un correo electrónico... No por ello pierdo la esperanza de publicar algo en el futuro, claro que no.
    Probablemente, especulo, será a título póstumo; con la ventaja de que no tendré que hacer nada, serán otros los que “me descubran” y no podrán hacerme ir a ninguna feria del libro a esperar sentado, con cara de circunstancias, a que aparezca algún interesado mientras en la caseta de al lado el autor del momento firma ejemplares hasta hacerse sangre en la mano. La pena será que tampoco estaré allí para sostener el libro en mis manos, sopesarlo, aspirar su olor, abrirlo al azar y leer unas líneas.
    Doy por supuesto que no será un éxito; será solo —y nada menos que— una pequeña joya para amantes de la literatura. Como veis me conformo con poco. En cuando al género, creo que podría considerarse un dietario, porque en un dietario entra todo y, además, hay un libro de Vila-Matas que me gustó mucho y que se titula, precisamente, “Dietario voluble”.

domingo, 2 de noviembre de 2025

Zapatos nuevos

    La vida es una contrarreloj en la que no sabes donde han puesto la meta. Me he comprado unos zapatos. No he acertado del todo. Por una parte, son buenos para la lluvia, calientes, cómodos. Por otro lado, por la parte de atrás tienen una lengüeta dura que supongo que es para proteger el tendón que compartimos con Aquiles y que dificulta la operación de ponérselos.
    Tengo que aflojar bien los cordones para hacer sitio a la hora de meter el empeine, luego sujeto la lengüeta con los dedos, introduzco el pie en el zapato, con cuidado de no enganchar el calcetín en la lengüeta, tenso de nuevo los cordones y finalmente los ato (de esa forma que conocen mejor mis dedos que mi cerebro). A esto hay que sumar la operación, más fácil, de descalzarse.
    Desde el punto de vista de la organización del trabajo (del trabajo de vivir) estos zapatos no son demasiado eficientes. Mira que había otros, en la zapatería, con cierre de velcro. Estuve tentado de probármelos pero al final su estética no me convenció.
    La cuenta que hago, que hace mi espíritu de ingeniero de organización, es el tiempo que me va a llevar calzarme y descalzarme estos zapatos nuevos y buenos que utilizaré a diario. Tiempo que hay que añadir al que ya empleaba en todas esas tareas cotidianas, rutinarias y necesarias: cepillarse los dientes, ducharse, vestirse, desvestirse, ir al baño, comer, dormir y, si te pones quisquilloso, en trabajar, cuando el trabajo es una aburrida repetición.
    Todo ese tiempo hay que restarlo de la edad de cada uno para obtener el tiempo de vida neto. Comparándolo con lo que hagamos de fundamento en la vida nos dará nuestro grado de eficiencia vital. Un dato que, por suerte, nunca sabremos.

jueves, 30 de octubre de 2025

Vida y literatura

    En el principio fue la realidad, que está ahí pero es incomprensible. Con nuestros cinco sentidos somos capaces de sobrevivir pero estamos mal equipados para entender la existencia. Para nosotros la realidad es una elaboración inestable de la mente que aún no se ha logrado sintetizar en ningún laboratorio.
    Una de las funciones de la literatura, quizá la más importante, es extraer de esa turbia realidad una ficción más o menos presentable que nos sirva para orientarnos. A la vez, la literatura es una enfermedad crónica incruenta que se puede complicar si se le suman otras patologías. Pon literatura y alcoholismo, máximo peligro.
    Los que beben en exceso son alcohólicos; si se trata de un escritor, sufre de dipsomanía. Este aforismo está inspirado por otro, mejor, de Karmelo C. Iribarren: la gente se hace vieja, sin más, los poetas nos alejamos por una calle solitaria hacia el crepúsculo.
    La literatura es también un remedio para el insomnio. No me refiero a leer para coger el sueño. Hoy, por ejemplo (no hoy, hoy; hoy, el día que lo escribí); en ese hoy me he despertado a las cinco de la mañana y en la oscuridad, con las manos entrelazadas bajo la nuca, escucho el sonido de la lluvia en la calle. Como quien oye llover se dice y me parece injusto ese desprecio. Nada que haya hecho el ser humano ha superado a la lluvia, escribió Mary Oliver (insisto).
    No sé si te has dado cuenta de lo que está pasando: estoy contándome una historia. Oigo caer la lluvia y me gusta —los placeres sencillos— y lo estoy escribiendo en mi cabeza, fingiendo una seguridad que no tengo, y me pregunto cómo sería mi vida sin literatura. Qué bobada; cómo va a ser, igual.., parecida.., otra…
    Y entonces se me ocurre lo de la enigmática realidad y el papel de la literatura como aditamento que le ponemos a la vida para hacerla potable. Te puedes beber la vida como viene o te la puedes beber filtrada a través de las palabras, o dicho de otro modo: nada hay más hermoso que la vida, excepto la vida con literatura.

lunes, 27 de octubre de 2025

El blues del autobús

    Dice alguien que meterse en un coche es la forma perfecta de aislarse. Nunca lo había pensado así de claro. Sin embargo, era consciente de la otra cara de esa afirmación: viajar en el transporte público te pone en contacto con el mundo. Salir de casa es ya salir de tu burbuja; aunque otra corriente de pensamiento afirma que nadie sale nunca de su burbuja, que los intercambios físicos y psíquicos, incluso químicos, solo inciden en el ser de cada uno de un modo superficial.
    Viaje de ida y vuelta a la ciudad en autobús. A la ida va medio vacío y aún así, ahí estaba la vida, cociéndose a fuego lento. Delante de mí, una chica lee un libro. ¡Un libro! Uno de tapa dura, no he podido ver la portada. Otro yo más descarado le hubiera dicho: perdona, una pregunta, por curiosidad, ¿qué estás leyendo? No sería otro yo; sería otro a secas.
    Al otro lado del pasillo una madre y, en el lado de la ventana, su hija; una niña de unos tres años que no se está quieta ni un segundo. Se arrodilla en el asiento, se levanta, se gira; no calla. En realidad no dice nada, parlotea, solo se trata de liberar su energía nuclear. Ahora maúlla y por el timbre de voz parece un gato de verdad. Al rato, comienza a repetir, hello, hello, sin parar de moverse mientras su madre, impasible, ejerce de tranquila barrera.
    A la vuelta el autobús va lleno. Ha anochecido y apenas se oyen algunos murmullos. Delante tengo ahora un chaval, de unos quince o dieciséis años, con el móvil a la altura de los ojos, que no para de teclear y pasar pantallas a un ritmo frenético. Otro yo más descarado; es decir otro, no yo; le hubiera dicho: ¿podrías teclear más despacio?, es que no me da tiempo a enterarme de nada.