martes, 30 de septiembre de 2025

Nueva visita al viejo cementerio

    Si coincide así, me gusta pasear por un cementerio. No es porque crea que uno de ellos vaya a ser mi futura morada. Una vez muerto ya no moraré en ninguna parte. Pero los cementerios tienen un valor simbólico y sirven para recordar a los seres queridos. Cada vez me encuentro más cómodo en ellos, ya me he convencido de que las posibilidades de que me salga al paso un muerto son inexistentes.
    Tienen su aquel las inscripciones que figuran a la entrada. Esas del estilo de donde hoy estoy yo, mañana estarás tú. He hecho un par de intentos de memorizar alguna y más o menos lo he conseguido con esta en particular: Templo de la verdad es el que miras, oye la voz de quien te advierte, que todo es ilusión menos la muerte.
    Es la inscripción sobre la puerta del cementerio del pueblo de mi abuela paterna. Ella no está enterrada ahí, pero sí su madre, mi bisabuela. “La abuelita Victoria” le llamábamos, porque llegué a conocerla. Tengo el recuerdo de visitar su tumba cuando tenía cuatro o cinco años. Igual fue el día del entierro. Un montículo alargado de tierra, eso es todo lo que recuerdo. Todo esto, me doy cuenta ahora, ya lo conté hace años.
    Anteayer, me metí de nuevo en ese cementerio. Apenas habré estado otro par de veces en toda mi vida, no soy un asiduo. Entré más bien por casualidad, pasaba por allí, y, ya que estaba, busqué la tumba de mi bisabuela, aquel montículo de tierra, vaga pista insuficiente. No la encontré. La parte más antigua, con las tumbas en tierra, es la más descuidada. Muchas de las cruces, oxidadas, no tienen nombre alguno o la placa ovalada ha quedado ilegible con el tiempo. La fecha más remota que encontré fue 1923. Es lo que tiene la muerte, es la primera parada en el viaje hacia el olvido.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Programa doble

    El legendario musical de Richard O’Brien llega a la ciudad… Oigo el anuncio por la radio y casi no doy crédito. “The Rocky Horror Show” se estrenó en Londres en 1973 y la película, “The Rocky Horror Picture Show”, dos años más tarde; hace pues cincuenta redondos años, medio siglo al cambio temporal vigente.
    Recuerdo como si fuera hace cincuenta años cuando vi por primera vez, y me llamaron la atención, los carteles de publicidad pegados en las paredes. Antes, las obras de teatro, las películas, los circos, lo que se terciara se anunciaban por la brava pegando carteles en cualquier espacio; coloridos reclamos que se iban superponiendo unos encima de otros hasta alcanzar un grosor que sin duda ayudaba a reforzar la estabilidad de los edificios. Ya no se hace; hemos ganado en pulcritud y perdido en… no sé, costumbrismo, vida de barrio, espíritu napolitano.
    La obra, por lo visto, se sigue representando. Nunca la he visto en teatro y cuando vi la película me agradó, pero no me produjo especial impresión, me pareció una comedia loca de la época del Glam rock, sin más; eso sí, con la participación de la gran Susan Sarandon.
    Sin embargo hay un tema musical que se ha quedado conmigo todos estos años: la canción del principio, la que canta la acomodadora, the usherette (aunque la voz es la de Richard O’Brien): “Science Fiction/Double Feature”; un homenaje paródico a los programas dobles de ciencia ficción y terror de serie B de los años cincuenta. Me sigue encantando, sobre todo esos violines in crescendo que anuncian el estribillo y los uh uh uuh de contrapunto. La pongo ahí al lado como canción del mes. Gracias a Brume por su estupendo video.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Robert, Meryl y Karen

    Ha muerto Robert Redford y me ha pillado de sorpresa. No sé por qué, me parecía que todavía haría alguna película más. Ahora comprendo que tenía 89 años y nada hay más apropiado a esa edad que morirse (no soy yo, es la vida). Era una estrella, pero fugaz; como todos.
    Con los actores y actrices como él nunca sé si son buenos o les basta con la fotogenia. A Robert Redford no hubo ni que cambiarle el nombre; el suyo propio ha sido suficiente, con esa letra erre que se repite cuatro veces y el juego de las vocales, o-e en el nombre, e-o en el apellido.
    Ahora que ha muerto todo el mundo, o la mitad femenina, se acuerda de la escena de “Memorias de Africa” en la que le lava el pelo a Meryl Streep. Yo no me acordaba, la he visto ahora y me ha llamado la atención lo guapa que está Meryl y la expresión de felicidad que pone, con los ojos cerrados, cuando Robert le vierte con esmero el agua de una jarra.
    En la película Meryl Streep interpreta a Karen Blixen, la autora, bajo el seudónimo de Isak Dinesen, de la novela autobiográfica original. La he leído. Karen Blixen escribe muy bien. Es bonito y hasta emocionante el conocido comienzo: Yo tenía una granja en África al pie de las colinas de Ngong… Lo curioso es que, aunque la historia de amor sucedió en la vida real, en el libro el personaje de Robert Redford solo es un buen amigo; el protagonismo es para la vida en la granja, la misma África y los nativos de la región, los kikuyu.

domingo, 21 de septiembre de 2025

El secreto del mundo

    ¿No te ha pasado que te quedas embarazada (tú misma o por persona interpuesta) y de pronto no ves más que embarazadas por la calle? Me ha sucedido con una idea, la idea de que al principio uno se cree diferente y luego se va dando cuenta de que es como los demás.
    Inciso: ¿de sabios es rectificar? No, rectificar es de honestos. Rectificar no supone, por lo general, encontrar la verdad; solo es un cambio de dirección, es equivocarse de otra manera.
    Me había hecho a esa idea de dejar de sentirse (tan) diferente y no he parado de encontrarme con comentarios alusivos. Como este del poeta Gil de Biedma: de joven te interesa lo que te diferencia. Luego cada vez te vas interesando más en lo que tienes de común con los demás. Y luego añade: y te preguntas: ¿por qué escribir? Si lo normal es leer. Esa es buena, ya dijo Borges que estaba más orgulloso de lo leído que de lo escrito.
    Por su parte, Vladimir Nabokov en su novela “La dádiva” escribe estas enigmáticas palabras: el todo es igual a la más pequeña parte del todo. Ése es el secreto del mundo. ¡El secreto del mundo!, no lo entiendo pero me sugiere esta interpretación: El todo —todos los seres humanos— es igual a la parte más pequeña —un solo ser humano—. Y a la inversa, un solo ser humano es igual a todos los seres humanos.
    Sigo rumiando la idea, uno se cree diferente pero con los años y la observación ves que no eres de otro planeta y que te pasan las mismas cosas que le pasan a todo el mundo. Las vidas se solapan y se suceden y somos —deberíamos ser— como los mosqueteros, uno para todos y todos para uno. En estas, en una película oigo este verso que escribió Walt Whitman en uno de esos momentos de euforia a los que era proclive: soy inmenso, contengo multitudes. Sí, va a ser eso, no podemos ser diferentes porque en cada uno de nosotros está toda la humanidad y ese es el secreto del mundo.

jueves, 18 de septiembre de 2025

La buena letra pequeña

    Qué película más bonita, es lo que he dicho al terminar de ver “La buena letra” (dirigida por Celia Rico, adaptación de la novela de Rafael Chirbes). Había leído la novela y solo me acordaba de que estaban en un pueblo de Valencia en la posguerra. Aparte de la historia, la película es un auténtico viaje en el tiempo. La explicación del título viene en seguida, la buena letra es la del hijo ausente que tiene que imitar la protagonista (muy bien Loreto Mauleón) para tranquilizar a la madre.
    Despacito y con buena letra, dice un refrán que va perdiendo vigencia a medida que abandonamos la escritura manual. Es una pena porque, entre otras cosas, una buena letra también llega a enamorar (del calígrafo) a la gente; o ayuda por lo menos.
    Luego tenemos la letra pequeña. Hay una anécdota de mi infancia en la que salgo favorecido, con humildad lo digo. Es algo que me contó una vez mi madre. Tenía yo siete años y hablando con el maestro, este le dijo que en el examen otros dos alumnos (mi primo y mi mejor amigo) habían respondido todo bien, igual que yo, pero que me había tenido que poner mejor nota porque yo había puesto además lo que venía en la letra pequeña (e
l libro de texto era la Enciclopedia Álvarez).
    Hace unos días alguien cercano mencionó también, y me ha gustado, la letra pequeña a cuenta de los diarios rifirrafes de la política. Dijo que es una imprudencia opinar de cualquier asunto sin haberse leído primero la letra pequeña. Así es, por supuesto; el problema es que la letra pequeña ya no me la leo ni yo.

lunes, 15 de septiembre de 2025

La invasión de las fotos borradas

    Me dice el móvil que hay una aplicación que me permitirá recuperar todas las fotos que he perdido en los últimos años. Me explica que está al tanto de que he cambiado varias veces de celular (sinónimo) y que en el camino se han quedado unas, bastantes, muchas fotos de seres y momentos queridos. Y claro, tiene razón; aunque sospecho que lo asegura a bulto, que en realidad es un farol basado en los muchos datos que maneja. La máquina siempre juega con ventaja contra ti, hay que reconocerlo, sabe mucho más de todo.
    Me acuerdo, vagamente, de esas posibles fotos y un pellizco de nostalgia me dice al oído: venga, no pierdes nada, la aplicación es gratis y hasta puede que sea verdad que vayan a aparecer esas fotos misteriosas que dabas por perdidas y que están, supongo, en algún sitio del ciberespacio o de la nube o en un centro de datos del desierto de Mojave.
    Así que descargo la aplicación; abrir al terminar, publicidad, saltar anuncio, recuperar imágenes; sí, adelante, que sea lo que dios quiera. Y son exactamente 2543 imágenes. Un tesoro, mi vida, su madre; quiero decir la madre que lo parió. No son las que había perdido sino las que había borrado y todas han vuelto, como zombis, de las entrañas de este mismo móvil; y de ningún otro sitio.
    Me paso una buena media hora revisándolas y no encuentro nada que echara de menos. Borro y borro (de nuevo) hasta que me canso. Teníamos ya los residuos radiactivos y los plásticos en el mar, ahora hay que añadir las fotos de móvil que contaminarán la Tierra durante cientos, miles de años.

viernes, 12 de septiembre de 2025

El mundo de ayer

    “El mundo de ayer” debió de ser el último manuscrito que Stefan Zweig envió a su editor antes de morir. Lo había mecanografiado su abnegada segunda esposa, Lotta Altmann. Digo lo de abnegada basándome en el hecho mismo de que copiara a máquina un texto de más de quinientas páginas y en las circunstancias de que fuera casi treinta años más joven que él y de que se suicidaran juntos; que es lo que hicieron el día siguiente de mandar ese paquete. Era el año 1942.
    De haber vivido otra década, cosa probable ya que tenía sesenta años cuando murió, Zweig podría haber dejado unas cuantas obras maestras más. Sufría de depresión (una enfermedad muy mala) y ella era asmática; lo que ni justifica el suicidio ni deja de hacerlo.
    “El mundo de ayer” son sus memorias y de ellas se deduce la causa de su decisión letal: su mundo había desaparecido. Se puede pensar que ese libro fue un desahogo y al acabarlo pensó que era un buen/mal momento para despedirse de la vida. Lo que no me parece bien es que no convenciera a su mujer, tan joven, de que ella debía seguir viviendo; como cuidadora de su legado, por ejemplo.
    Voy a decir ahora una frivolidad: en algunas fotos Zweig, con su bigote y su forma de peinarse, se da un aire a Hitler. Son personajes totalmente opuestos y si Zweig pudo suicidarse como un valiente, todo indica que Hitler lo hizo como un cobarde.
    Se me ocurre un posible error que cometió Hitler y que si pasó desapercibido sería porque sus otros errores lo eclipsaron por completo. Me refiero al hecho de no considerar al idioma como el alma del pueblo alemán. Si lo hubiera hecho no le habría quedado más remedio —bromeo— que conceder la Cruz de Hierro a un buen número de escritores judíos en lengua alemana, incluido Stefan Zweig.